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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 15 de abril de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 17

La Biblioteca Inaccesible

Después de que Galad se recuperara del retroceso que había sufrido al intentar manipular el tejido de la realidad, Symeon y él mismo se desplazaron hasta el punto donde el errante había visto a los nuncios de los Medidadores la noche anterior. Allí intentaron encontrar algún rastro que delatara hacia dónde se habían dirigido, o qué habían hecho.

—Espero que no hayan ocultado su rastro de alguna manera sobrenatural —deseó Symeon.

—Si lo han hecho, no creo que...

Galad se detuvo a mitad de frase. En cuestión de pocos segundos, se vieron envueltos en una niebla espesa que pareció formarse de la nada. En lo alto de la escalinata, Daradoth, Yuria y Anak también fueron engullidos por ella.

Tanto Galad como Daradoth se apresuraron a prepararse para algún tipo de ataque, pero nada ocurrió. Tras poco más de un minuto, la niebla se evaporó tan rápido como se había formado.

Poco después el grupo se reunía de nuevo. Todos juntos insistieron en buscar el rastro de los nuncios.

—No sé qué más podemos hacer —dijo Symeon.

—Sí, yo tampoco —Daradoth estaba frustrado, pues ninguno de sus intentos de detección de poder, sombra o modificación de la Vicisitud había tenido éxito, y estaba desesperado por encontrar algo que los sacara de la vía muerta donde se encontraban.

Les llevó un largo tiempo, pero, finalmente, Symeon señaló algo, que para el resto apenas era nada más que hierba movida por el aire.

—Aquí... alguien llegó mientras los nuncios aguardaban. Y luego... —el errante caminó unos pasos hacia le norte— luego se dirigieron hacia la colina, en aquella dirección, hacia una escalinata secundaria. —Tras caminar hasta el pie de la escalinata con el resto del grupo siguiéndole, Symeon anunció—: Aquí pierdo el rastro, pues sus huellas se confunden con las de la gente que ha pasado por aquí después, pero es evidente que subieron por estos escalones. Es interesante esto...

Symeon guardó silencio, ensimismado.

—¿Qué es interesante? —lo instó Yuria, impaciente.

—¿Eh? Ah, perdonadme. Estas huellas. —Symeon señaló unas marcas en el suelo, apenas visibles pero evidentes para él—. Son un poco más profundas. Y más grandes. Un tamaño de pie... enorme. Parecen los pies de Aldur —hizo referencia a su antiguo y enorme compañero paladín—. De lo que estoy casi convencido es de que una vez que subieron, no volvieron a bajar. Al menos por este acceso.

—Pues —empezó Daradoth—, si los mediadores entraron al complejo y subieron, seguramente combatirían (o quizá sigan combatiendo) a Ashira, así que quizá lo mejor sería dejarles hacer.

—¿Pero de verdad no tienes curiosidad por saber qué está pasando? —inquirió Symeon—. No me lo creo. Y no creo que podamos confiar plenamente en los mediadores.

Acto seguido, ascendieron por la escalinata hasta llegar al segundo nivel del complejo. En ese momento, dejaron de sentir la necesidad de seguir ascendiendo. Se detuvieron.

—Hace rato que perdí el rastro —anunció Symeon—. Es posible que tomaran otro camino, o incluso que hayan quedado atrapados allí arriba.

—Sí, cualquiera de las opciones es posible —coincidió Galad. Notaba algo extraño, pero por su mente ni se pasaba la idea de seguir ascendiendo, igual que les ocurría a todos los demás.

Retornaron a palacio. Daradoth planteó la posibilidad de que abandonaran ya Doedia y viajaran hacia el norte, para intentar resolver la situación del Vigía de una vez por todas. Pero Yuria y los demás se mostraron en contra de marcharse aún, al menos mientras los reyes no estuvieran recuperados para salvaguardar el reino.

—Esta noche intentaré averiguar algo desde el mundo onírico —dijo Symeon—. Tal vez tenga posibilidades que no tengo en vigilia.

Al llegar a la ciudad, un grupo de guardias reales se dirigió rápidamente hacia ellos. Estaban buscando a Yuria. 

—Mi señora, nos envía el capitán Garlon para informaros de que ha llegado una delegación vestalense a la ciudadela. Parece que han venido con una oferta de alianza, y el consejo regente os reclama urgentemente.

Efectivamente, al entrar en el patio de la ciudadela vieron un grupo de corceles claramente de raza vestalense para el ojo experto de Galad. Algunos soldados extranjeros se encargaban de ellos, vigilados por un grupo de guardias. Yuria se dirigió rápidamente hacia la sala del trono, ahora llamada "sala de regencia". Allí se encontró con la duquesa Sirelen y los demás, y acordaron celebrar la reunión con los vestalenses el día siguiente. Los reyes mejoraban con cada hora que pasaba, pero todavía no habían despertado.

—La delegación de vestalenses —le informó la duquesa— llegó con el estandarte de Harejet1 acompañado de una bandera blanca, y al parecer tuvieron un encontronazo con los hombres de Datarian, pues varios de ellos resultaron heridos. Según nos contaron, pudieron finalmente esquivarlos y llegar hasta Doedia.

—Intersante —Yuria se mesaba un rizo, pensativa—. Supongo que deben de pertenecer al movimiento rebelde, o eso nos quieren hacer creer. En fin, mañana intentaremos dilucidar algo más abiertamente.

Ya en sus aposentos, el resto del grupo se preparó para vigilar el sueño de Symeon, que no tuvo problemas en acceder al mundo onírico y camuflar su presencia. Salió de palacio con un pensamiento, y miró hacia la colina de la Biblioteca. La nieve había desaparecido, y de las criaturas oníricas que parecían haber llegado con Norren ya no había rastro. Se acercó hacia la colina, y se detuvo extrañado. La colina donde se erguía antes una fortaleza resplandeciente de conocimiento presentaba ahora un aspecto muy diferente: no había ni rastro de tal fortaleza, y la colina ahora era más baja que la que había podido ver las noches anteriores. Era como si algún ser gigantesco se hubiera llevado buena parte de la cima consigo. Siguió aproximándose.

Cuando se encontraba todavía a una distancia considerable, el errante percibió un grupo de presencias, calculó que más o menos en el lugar donde había visto el grupo de nuncios la noche anterior. Al acercarse un poco más, vio una media docena de siluetas evanescentes que, aunque eran casi transparentes, no variaban su aspecto en ningún momento. Su aspecto era una especie de mezcla extraña entre caballo y humanoide, con un leve resplandor blanco. «Estos deben de ser  los nuncios de nuevo», supuso. «Y tienen representación onírica continua, como nosotros».

Symeon permaneció a la espera, tranquilo pues los nuncios no podrían detectarlo con aquella representación. «O eso espero». Pasadas dos o tres horas, varias siluetas más se reunieron con las anteriores. Todas ellas se movieron hacia la colina, y Symeon las siguió de cerca. Al pie de la colina, algunas figuras se detuvieron y otras emprendieron la ascensión. Las siguió, hasta que se detuvieron.  

Unos segundos después, Symeon notó la aparición de una presencia muy fuerte en algún punto de la ciudad. No creía que tuviera nada que ver con los nuncios o los mediadores. «Esa... esa vibración... me recuerda a cuando aparecieron Trelteran y Selene en el Imperio Vestalense. Maldición». Aun así, aguardó hasta que finalmente las siluetas continuaron la subida. Subieron unas docenas de escalones más, hasta que al llegar cerca de la nueva cima de la colina, las siluetas desaparecieron de repente. Ni rastro de ellas.

Symeon se detuvo, confundido. «Lo mejor será que vuelva con los demás, aquí poco podré averiguar ya». Pero todavía podía sentir la poderosa presencia que había aparecido de repente en la ciudad. Se aproximó con mucho cuidado. A varios cientos de metros de distancia ya pudo percibirla con claridad. «Apostaría todo mi dinero a que es un kalorion, o algo parecido», pensó. Para su sorpresa, al visualizar un poco más allá desde una altura a la que se transportó, identificó que la presencia debía de encontrarse en la mansión de Datarian. En ese instante, la vibración que percibía desapareció, y Symeon decidió despertar rápidamente, por si acaso. 

Era pasada la una de la mañana cuando Daradoth se sobresaltó al despertar el errante e incorporarse de repente.

—He visto bastantes cosas, Daradoth —dijo, despertando a Galad y a Yuria—. Falta la parte alta de la colina de la Biblioteca, y he seguido a unos nuncios (posiblemente acompañados de mediadores) que han desaparecido, y además he percibido una presencia fortísima en la mansión de Datarian, seguramente un kalorion, o algo parecido en poder.

Daradoth y Symeon miraron por la ventana, instintivamente. Una espesa niebla impedía la visión más allá de unos metros.

—Esperemos que el kalorion, o lo que sea, tenga su propia agenda y no le llamemos la atención —deseó Yuria, que en realidad comenzaba a sentir deseos de enfrentarse cara a cara con uno de los generales de la Sombra equipada con su talismán. «Estoy harta de esconderme como un ratón cada vez que aparece uno de ellos».

Despertaron ya entrada la mañana siguiente, relativamente descansados. Una breve mirada al exterior bastó para que se dieran cuenta de que la niebla que ya habían visto de madrugada, seguía allí. Espesa, apenas dejaba ver nada más allá de una veintena de metros.Y no era natural. El sol estaba alto y ya debería haber levantado cualquier nube a ras de tierra. Se miraron, con gesto serio. Se vistieron y se aprestaron a seguir a Yuria para el encuentro con la delegación vestalense.

Con la parafernalia pertinente, los vestalenses se presentaron como un grupo de "fieles al imperio", que buscaban salvar su tierra de los invasores desconocidos y del falso Ra'Akarah. El líder se presentó como Bidhëd ra’Ishfah, y presentó al resto de sus acompañantes, los nobles Erahl ra’Ibrahan y Khedeema ri’Yuram, y el clérigo Ahmafar ri’Wareer.

—Perdonad nuestra intromisión en los asuntos del reino de Sermia —dijo en un momento dado ra'Ishfah, pero vengo a hablar en nombre de su magnificencia el excelso Wadeem ra'Alfadah, Badir de Harejet y señor de Denarea. Suponemos que sus excelencias ya están en conocimiento de lo ocurrido en el Imperio en los últimos meses, con el asesinato del presunto Ra'Akarah y el cisma que se ha producido en nuestras tierras desde entonces.

El vestalense guardó silencio, y varios de los presentes contestaron con señas afirmativas.

» Pues bien, el motivo de que acudamos a Doedia en esta hora complicada es que necesitamos el auxilio de los señores del Reino de Sermia. Los Fieles somos valientes, pero no tenemos los medios para enfrentarnos a todos nuestros enemigos juntos, con sus salvajes criaturas voladoras y sus hechiceros malignos.

—¿Salvajes criaturas voladoras? —inquirió la duquesa Sirelen, que no creía haber entendido bien el fuerte acento de Bidhëd.

—Sí, lady Sirelen —Yuria se adelantó al vestalense en la respuesta, recordando demsiado tarde el tratamiento de "mi señora"; la duquesa no pareció darle importancia—. Se refiere a lo que los extranjeros llaman corvax, una especie de cuervos negros enormes que montan unos jinetes capaces de manipular el poder. Los vimos con nuestros propios ojos en nuestro periplo por tierras del imperio.

—Así es, mi señora —confirmó el vestalense—. Aparte de los extraños y brutales animales de las selvas del sur, los hombres pálidos, los varlagh de más allá de los desiertos... multitud de enemigos intentan hacerse con nuestro imperio. Los nobles que nunca vimos al falso Ra'Akarah como enviado del Creador atravesamos por serias dificultades, y aunque el orgullo nos hace tragar amarga hiel, reconocemos que necesitamos ayuda. Más ahora, que las fuerzas expedicionarias han vuelto para reforzar las filas de los traidores.

La mente de Yuria iba a toda velocidad, evaluando alternativas y posibles pactos. «Al menos, Rheynald y la Región del Pacto estarán ahora a salvo», pensó. «Eso si es que Gerias y los paladines consiguieron mantener la defensa de Svelên hasta que los invasores volvieran grupas».

» De momento —continuó ra'Ishfah—, nos hemos hecho fuertes en la propia Creä y en el sur, en Harejet, pero no podremos mantener nuestra causa durante mucho tiempo ante enemigos tan viles.

La duquesa esperó a que fuera Yuria quien hablara. La ercestre no dejaba de sorprenderse por el ascendiente que había logrado prácticamente sin buscarlo. Decidió enseguida su contestación:

—Muy bien, gracias por la información que nos habéis proporcionado, nobles señores. Nos habéis dado mucho en lo que pensar, y como tal, organizaremos otra reunión la jornada de mañana. De esa manera, el consejo tendrá tiempo para evaluar adecuadamente la situación y os podremos dar una contestación adecuada.

—Os lo agradezco mucho, mi señora —ra'Ishfah se despidió con una sonrisa y una reverencia.

El consejo y el grupo mantuvieron entonces una larga discusión para estudiar el curso de acción a tomar. La duquesa y el resto de nobles confirmaron que sus agentes les habían informado sobre el enfrentamiento de las distintas facciones, así que por aquella parte, el discurso de los vestalenses había sido veraz. Daradoth fue el más reticente a ayudarlos, primero por la posibilidad de que fuera una trampa y segundo por el estado del reino y de los propios reyes. Sin olvidar que gran parte del ejército debía de seguir siendo fiel a Datarian, para quien ya se había emitido una orden de arresto.

—Desplegad en la sala mapas detallados del Imperio Vestalense —ordenó Yuria—, y mañana discutiremos largo y tendido la situación. De momento, tenemos que ver qué sucede en la colina de la Gran Biblioteca.

Partieron de nuevo hacia la colina, envueltos por la niebla en todo momento. El volumen de gente era menor debido a la niebla, que dificultaba los quehaceres diarios. Subieron por la escalinata secundaria hasta el punto donde Symeon había perdido el rastro de los nuncios en el mundo onírico, que precisamente coincidía con el punto donde sus mentes olvidaban la necesidad de seguir subiendo. Allí, todos se concentraron para poder sentir los hilos de la Vicisitud. Fue Yuria quien esta vez consiguió trascender sus sentidos terrenales, con un notable éxito.

Sintió los millones y millones de hebras que formaban cada piedra, cada brizna de hierba, cada soplo de aire, cada gota de sudor, cada objeto, cada persona. Le llamó la atención un grupo —millares— de hilos que vibraba de forma... distinta, extraña. «Estos son los que forman la niebla», pensó convencida. Todos esos hilos procedían de lo alto de la colina, donde una maraña de hebras titilantes abrumaba su percepción. «Estos deben de ser los que forman la barrera que no podemos cruzar».

—Veo miles de hilos que forman la bruma que nos rodea —dijo en voz alta, concentrada, a sus amigos—, y muchos millones de aspecto totalmente distinto que forman una especie de barrera. ¿Queréis que intente cortarlos?

—Por supuesto —contestó Daradoth sin dudar.

Pero Yuria sí que dudó:

—¿No os parece un poco locura? Los hilos están imbricados con la realidad, y no sé si voy a ser capaz de controlar el corte.

—Entonces no lo hagas —instó Galad.

—Si no lo tienes claro, mejor no hagamos locuras —secundó Symeon.

Yuria abandonó la concentración y dejó de percibir el tapiz.

—Es demasiado arriesgado, no puedo hacerlo.

Daradoth resopló, frustrado.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora?

—Yo buscaría a los nuncios y hablaría con ellos, no se me ocurre nada más —dijo Symeon.

Decidieron por tanto esperar a la noche escondidos entre las ruinas cercanas al punto donde se encontraban. Descansaron el resto de la tarde y cuando se puso el sol se aprestaron en posiciones discretas, pero lo suficientemente cerca para que la niebla les dejara ver hasta la escalinata. Si es que podían ver algo en la oscuridad de la noche. Al menos Daradoth podría describirles lo que viera.

Varias horas después del atardecer, Daradoth llamó la atención de los demás. 

—Alguien se acerca, veo luces entre la niebla. Son tres, muy débiles. Suben por la escalinata.

—Veremos lo que podamos —dijo Symeon—. Luego nos describes lo que veas, de momento, mejor silencio.

Tres luces titilantes subían a buen paso por la escalinata. Eran claramente sobrenaturales, y flotaban entre el grupo que se acercaba. Lo primero que vieron aparecer fue uno de los puntos de luz y, tras él, dos nuncios completamente pertrechados. A continuación, otro punto de luz y dos figuras más, un hombre y una mujer más altos y grandes de lo normal para estándares humanos, ambos con una balanza en su muñeca y mirando atentos a su alrededor.

Tras los dos mediadores venía otra figura aún más enorme. Su rostro y su cuerpo se ocultaban bajo una túnica con capucha negras como la noche más cerrada. Su presencia era como un empujón que se podía sentir físicamente. «Debe de medir no menos de dos metros y medio», pensó Daradoth, que en ese instante, recordó las figuras con rasgos reptilianos que había visto en la visión que habían compartido con Ashira y sintió un escalofrío a lo largo de su espina dorsal. Detrás de él iban otros dos nuncios.

Algo llamó la atención en el límite opuesto de la visión de Daradoth. Por la escalinata, desde arriba, bajaban  dos mediadores y otra figura encapuchada con exactamente el mismo tipo de túnica e igual de enorme que la que ascendía. Ambas comitivas se saludaron brevemente, hablando quedamente en una lengua desconocida, y se cruzaron, los que venían de abajo siguieron ascendiendo, y los que bajaban continuaron su descenso con los nuncios que hasta ahora habían acompañado a los que ascendían. En breves segundos, todos se perdieron de vista. Daradoth se dio cuenta de que había dejado de respirar hacía ya un rato, y se obligó a calmarse y a inspirar profundamente.

 

1: Harejet. La región del Imperio Vestalense donde se adscribe la capital, Denarea.

 

miércoles, 3 de abril de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 16

Asegurando Doedia

El temblor fue peor que cualquiera que hubieran sentido anteriormente. La sacudida inicial fue tan violenta que incluso los muebles y los carromatos se separaron varios centímetros del suelo. Se abrieron grietas en el suelo, algunas secciones de muro, un par de torres y multitud de edificios se vinieron abajo. Cascotes cayeron por doquier, y Yuria gritó de dolor debido a la herida de su pierna, que todavía no había sanado del todo.

—¡Desalojad el castillo! —gritó Symeon hacia los bardos y la guardia, que se apresuraron a salir de la estancia, como pudieron debido al tambaleo.

Por suerte, pocos minutos más tarde el seísmo cesó por fin, y entonces aprovecharon para tomar medidas para desalojar a la gente y rescatar a los heridos.

Daradoth se asomó a una de las ventanas, intentando divisar la Gran Biblioteca a lo lejos. Pero no pudo alcanzar a ver más allá de unos pocos metros. «Maldición», pensó. Se giró hacia los demás, y anunció:

—Está nevando, aunque no hace frío.

—Maldita sea, lo ha hecho —dijo Symeon.

—O lo ha intentado —matizó Yuria, ayudada por Galad—. No parece haber tenido mucho éxito.

Daradoth se dirigió a la duquesa y a los demás reunidos.

—Debemos marcharnos rápidamente. Ashira ha alterado la realidad, como ya nos habíamos temido, y tenemos que averiguar qué ha pasado, si ha tenido éxito o no.

—Yo me quedaré aquí, lady Sirelen —dijo Yuria, mientras Galad la ayudaba a sentarse en una silla que habían recogido—. Mi pierna todavía no puede llevarme a ningún sitio. Debemos encargarnos de reparar los daños.

Galad, Symeon y Daradoth se despidieron tras asegurarse de que todo estaba bien y poner a salvo a los reyes. Anak Résmere se ofreció a acompañarlos, y aceptaron de buen grado. Además, Galad incorporó a los tres caballeros esthalios a la comitiva.

En el exterior, todos sintieron gran confusión. Nevaba, pero el ambiente era primaveral y luminoso, como correspondía a un cielo despejado. La nieve, que no dejaba ver más allá de unos cuantos metros, se acumulaba en el suelo, fría y húmeda, pero no parecía aumentar su volumen más allá de un límite determinado. Por doquier se escuchaban los lamentos de los habitantes de Doedia, pues la situación era dantesca.

—Parece que tu esposa por fin ha decidido jugar fuerte con la Vicisitud —susurró Daradoth a Symeon.

—Sí, esperemos que haya perdido la apuesta.

—Y que la guardia real y los fieles a la duquesa puedan poner orden y paz cuanto antes —Galad se santiguó, mirando al cielo.

Mientras tanto, en la ciudadela, Yuria inspeccionaba con la ayuda de unos cuantos guardias los destrozos del complejo. No salía de su asombro. Los derrumbes no parecían tener sentido, con secciones derruidas que, evidentemente tenían que haber aguantado y secciones que parecía imposible que se mantuvieran en pie. «¿Cuántos hilos habrá tocado esa maldita?», pensó mientras escuchaba los lamentos de la gente. Dio las instrucciones pertinentes para que los masones y peones estuvieran prevenidos cuando trabajaran en la reconstrucción, y repartió órdenes a diestro y siniestro para organizar el trabajo y hacerlo lo más eficiente posible.

Symeon y los demás llegaron al complejo de la biblioteca, y comenzaron la ascensión por la escalinata principal. No pudieron evitar sentir que la sensación de comezón en la nuca que tenían cada vez que entraban en el complejo era ahora mucho más clara. De vez en cuando la nieve les permitía ver derrumbes y restos de incendios (la nieve parecía haber colaborado en apagarlos rápidamente). La propia escalinata, una maravilla arquitectónica, había sufrido bastantes desperfectos. Esta vez, el terremoto no había respetado la colina de la biblioteca.

Gente corría y se quejaba por todas partes, pero el grupo se centró en su cometido. Sobre todo Galad se sentía compelido a ayudar, pero se esforzó por enfocarse en su objetivo y continuar ascendiendo. 

De repente, Symeon, que encabezaba la marca, se detuvo y miró a su alrededor. Los demás lo imitaron. 

—¿Veis lo mismo que yo?  —preguntó.

—Sí —contestó Galad—, hemos pasado por aquí hace pocos minutos.

—Hemos vuelto al principio de la ascensión —corroboró Daradoth.

—Tiene que ser una broma —Anak tenía los ojos muy abiertos, y miraba asombrado a su alrededor.

—Me temo que no lo es —Symeon miraba hacia arriba—. Cuando se juega con la Vicisitud, y sabemos lo que ocurre. 

—Intentémoslo otra vez —dijo Daradoth, continuando la ascensión con sus gráciles zancadas.

Continuaron la ascensión, y pasaron el descansillo principal, como la primera vez. La nieve seguía impidiendo una visión clara, y divisaron a duras penas la silueta del edificio central. 

—Maldición —renegó Daradoth, deteniéndose de nuevo. 

Otra vez se encontraban en los escalones iniciales.

—De una cosa estoy seguro —dijo Galad—. No estamos en un bucle temporal. Antes he visto un par de perros corriendo por aquel camino, y ahora no están.

Realizaron un tercer intento, más atentos a su entorno y la circunstancia. Y de nuevo se encontraron ascendiendo desde el principio de la escalinata.

Esta vez, Symeon se dio cuenta por la luz reinante que habían tardado más del tiempo que recordaban, y Daradoth también se apercibió de que la suciedad en sus botas y en sus ropas daban a entender que habían caminado más que una simple ascensión por las escaleras de piedra.

—¿Veis el barro en nuestras botas? —inquirió el elfo—. No nos hemos transportado simplemente al pie de la escalinata, creo que hemos caminado fuera de ella de alguna manera y quizá lo hayamos olvidado.

—Sí —coincidió Symeon—. Yo también he notado que ha pasado más tiempo del que nos ha llevado ascender y volver a aparecer aquí. Creo que estamos perdiendo un intervalo en la memoria.

—Y además —añadió Galad—, yo me noto bastante más cansado de lo que estaba hace un momento ahí arriba. —Todos confirmaron esa sensación.

Hicieron una nueva intentona. Esta vez subieron por la rampa para monturas, por donde la ascensión era mucho más larga. Y de nuevo aparecieron al pie de la escalinata principal, con una sensación de cansancio bastante acusada. Empezaba a oscurecer.

—Voy a intentar percibir el Mundo Onírico  para ver si saco algo en claro —anunció Symeon.

—De acuerdo, mientras tanto nosotros intentaremos ascender desde otra escalinata —dijo Galad—. Candann, proteged a Symeon, por favor.

Así lo hicieron.

Symeon intentó con todas sus fuerzas percibir el Mundo Onírico sin entrar en él, cosa harto complicada. Tras varios minutos concentrándose, consiguió percibirlo durante un instante. Una especie de grito o quejido abrumó sus sentidos, aturdiéndolo, pero por suerte duró poco más que un parpadeo. Se sentó a descansar.

Entre tanto, Galad, Daradoth y Anak llegaban al pie de una de las escalinatas secundarias. Igual que en la principal, en esta también había un flujo continuo de gente trasladando heridos y enseres de un sitio a otro. El terremoto había sido terrible, y en ocasiones los transeúntes solicitaban la ayuda de Galad, o preguntaban a Daradoth por qué había sucedido aquello si habían permanecido fieles a la Luz. No podían responder más que con breves palabras de ánimo. Volvieron a intentar la ascensión, deteniéndose en uno de los descansillos y esperando a ver si alguien bajaba desde el edificio principal. Pero no parecía que nadie bajara ni subiera hacia él.

—Galad, espera aquí mientras yo subo —dijo Daradoth—; gritaré para que me oigas y así saber qué demonios nos sucede al ascender.

El paladín escuchó los gritos de Daradoth, cada vez más débiles, y cuando estuvo a punto de no escucharlos, empezó la ascensión a su vez. 

Aparecieron de nuevo, agotados, al pie de la escalinata principal. Se miraron, presas de una frustración máxima. Se encontraron un poco más arriba con Symeon y los demás.

—¡Ya era hora! —los saludó el errante—. Según mis cálculos, habéis estado más de una hora fuera.

—Increíble. No hay manera de completar la ascensión.

De repente, Symeon pidió silencio:

—Escuchad, ¿no oís eso? —dijo.

Efectivamente, cascos de caballos retumbaban a lo lejos, acercándose desde el sur y desplazándose hacia el este.

—Esperad aquí, iré a ver qué puedo averiguar —instó Symeon a los demás.

Aprovechando la nieve y la oscuridad de la noche, se movió con su rapidez innata para acercarse hacia el sonido. Aprovechó la cobertura de unos árboles y asomándose discretamente, pudo ver a los jinetes que habían llegado a galope. Media docena de jinetes vestidos totalmente de blanco montaban sendos corceles ya refrenados que, o bien eran completamente blancos o completamente negros. Miraban fijamente hacia arriba, donde debía de encontrarse el edificio principal de la Biblioteca, aunque era imposible que lo vieran entre la nieve (¿o quizá no?). Se protegían de la nieve con gruesas capuchas blancas, y en su pecho, Symeon pudo ver claramente que lucían el emblema de la balanza dorada. 

«Los enviados de los Mediadores», pensó el errante. «¿Cómo los llamaban? Nuncios, creo. Tenemos que salir de aquí». Mientras se daba la vuelta para volver con el resto del grupo, dos de los nuncios volvieron grupa y se alejaron de allí. Los otros cuatro siguieron observando fijamente hacia la colina.

Symeon volvió con el grupo y les explicó todo; además les habló del extraño gemido, o grito, que había percibido en el Mundo Onírico.

—¿Crees que podría ser Ashira? —preguntó Galad.

—Es posible —contestó Symeon—; la sensación que he tenido ha sido muy parecida a la que sentí cuando percibí el grito de la señora de los centauros mientras escapábamos de Vestalia.

Presas del agotamiento, decidieron regresar a palacio a descansar. Afortunadamente, no se habían producido más temblores de tierra y Yuria había puesto la situación bajo control. La ercestre había ido ganando poco a poco un lugar de liderazgo en el consejo de crisis, compuesto por Sirelen, los dos bardos reales que habían quedado en el palacio, el capitán de la guardia sir Garlon, y algunos nobles más. Todo el mundo había ido asumiendo la dirección de Yuria poco a poco, al ver su presencia de ánimo y lo acertado de sus órdenes. Sin darse cuenta, llegado el atardecer, se había convertido de facto en la gobernante de Doedia, ante la tácita aprobación de la duquesa. Galad y los demás se sorprendieron al entrar ya con la noche cerrada en una ciudadela perfectamente custodiada y organizada, sin rastro de heridos o caos. 

El grupo se reunió por fin, y antes de descansar, completamente agotados, intercambiaron sus experiencias. Yuria enarcó una ceja ante la mención de los nuncios y el quejido onírico, pero era demasiado tarde para pensar en esas cosas. Tras comprobar que los reyes se encontraban en perfecto estado bajo la vigilancia de Taheem y Faewald, se retiraron a dormir. 

Symeon aprovechó para entrar al Mundo Onírico. Al entrar, pudo ver las representaciones oníricas continuas de sus compañeros, como ya era habitual. No percibía el "grito" que le había conmovido en la escalinata de la biblioteca. Por fortuna, el sombrío ya no se encontraba allí, ni al parecer el resto de seres oníricos que se habían encontrado acechando la ciudadela los días anteriores. Con un pensamiento, salió al exterior. Se sorprendió al ver que la misma nieve que caía en el mundo real también caía allí, obstaculizando su visión. Se acercó hacia la Biblioteca caminando, hasta que detectó una presencia poderosa a lo lejos. La detectó como una ligera vibración, pero eso la delataba como una presencia muy poderosa. Ante la dificultad de ver algo más debido a la cortina de nieve, decidió acabar su sueño, y por fin descansó.

Galad, por su parte, aprovechó para elevar una plegaria y pedir la inspiración de Emmán durante su sueño. «Mi santísimo señor, permíteme saber cómo podemos llegar a la cima de esa colina».

Galad se vio con el resto de sus amigos en la escalinata de subida a la Biblioteca. Todos miraban fijamente hacia arriba. Señalaron algo, y Galad se giró también hacia arriba. De repente, toda la colina en su rango de visión, comenzó a derrumbarse de una forma extraña en fragmentos con forma de prismas hexagonales que se hundían verticalmente, como si algo hubiera vaciado la base del promontorio. El hundimiento de la colina fue acercándose a una velocidad de vértigo, hasta que ellos mismos cayeron en un hueco hexagonal, junto el suelo donde pisaban.

Por la mañana, famélicos, devoraron un buen desayuno mientras intercambiaban toda la información. A través del búho de ónice, Daradoth se aseguró de que todo estaba bien en el monasterio para el resto de su compañía. No había señales de vida de Datarian, y Yuria, prácticamente recuperada de sus heridas, se encaminó a sus labores organizativas, mientras el resto se encargaba de preparar y oficiar el entierro de Darion. La ceremonia fue sumamente emotiva, y dieron gracias por el servicio del elfo del Vigía, que había permitido que Yuria sobreviviera. El propio Daradoth encendió la pira, y todos esperaron solemnemente a que el cuerpo del joven elfo se consumiera. Garâkh y Avriênne lloraron desconsolados.

A mediodía, con Yuria totalmente restablecida, el grupo al completo, junto con el bardo Anak, partió hacia la Biblioteca. La nieve había desaparecido por fin, tanto la que caía como la acumulada.

Subieron de nuevo la escalinata hasta el nivel principal, desde donde se podía divisar ya el complejo central de la Biblioteca.

—¿Veis lo mismo que yo? —preguntó Daradoth, mirando hacia allí.

—Creo que sí —confirmó Galad—. Se ve... borroso.

—Esa palabra se queda corta —continuó Symeon—. Sí que está difuminado, pero, ¿esas volutas? ¿como si los bordes del edificio se convirtieran en niebla de color? ¿No os parece sumamente inquietante?

—Sí, es... antinatural.

—Siniestro incluso —Galad rebulló inquieto.

Siguieron subiendo, hasta que llegó un momento en que sus mentes directamente renunciaron a continuar. Nadie bajaba ni subía una vez superado cierto nivel de la escalinata. Dados los conocimientos y la situación del grupo, se pudieron apercibir de que algo iba mal.

—Ni me planteo subir —dijo Symeon—. Extraño

—Evidentemente, algo les pasa a nuestras mentes —contestó Yuria—. Y no sé cómo combatirlo.

—Deberíamos intentar ver si hay algo raro en nuestras hebras de Vicisitud —propuso Daradoth.

Esta vez fue Galad el que consiguió la concentración necesaria para percibir el tejido de la realidad. Pero no percibió nada fuera de lugar en sus seres. Enfocándose en el complejo central, sus sentidos se vieron abrumados por la cantidad ingente de hilos que podía sentir, pero sí detectó millones y millones de hebras en un estado extraño. Con voz dubitativa, intentó describir lo que sentía lo mejor que pudo:

—Percibo miles... no, quizá millones... de hebras en el tejido, que vibran, no sé... de forma extraña. La frecuencia es... no sé cómo decirlo, arbitraria. Me parecen... amenazadoras. No sé describirlo mejor.

—Esto es frustrante, maldita sea —espetó Daradoth—. Supongo que no sientes que algún hilo haya sido cortado, verdad?

—No... no, ninguno cortado.

—Quizá los Mediadores hayan hecho algo para alterar el complejo. Parece claro que esto se ha producido esta noche.

—Yo no lo tengo tan claro, pero es posible —dijo Yuria.

—Voy a... intentar... si puedo... —Galad hizo una mueca de esfuerzo, intentando manipular algunos de los hilos vibrantes con su pura voluntad, pero al "tocarlos", sintió un fuerte calambre, como si le golpeara un rayo—. ¡Ufff! —espetó, soltando las hebras, perdiendo la concentración, e hincando una rodilla en tierra. Había perdido el aliento.

Daradoth y los demás se precipitaron hacia él.

—¿Estás bien, Galad?

—Sí.. sí. Solo un poco aturdido —respiraba pesadamente—. Intenté enderezar algunos de los tejidos, pero algo me ha causado una fuerte descarga, como un rayo.


miércoles, 6 de marzo de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 15

La Batalla por la Ciudadela

Daradoth, poseído por la rabia que teñía de rojo todo lo que veía, ignoró los efectos perniciosos del aura del demonio y se dispuso a danzar a su alrededor. Los tres guardias y los dos sanadores que había en la sala se apretujaron contra la puerta, aterrados por la escena.

El demonio extendió sus brazos hacia el elfo, invocando el poder de su esfera oscura. Daradoth reaccionó a tiempo e interpuso a Sannarialáth, deteniendo la oleada de poder como si fuera una simple brizna de hierba. Sonrió. Lanzó a la espada de Luz contra el engendro con todas sus fuerzas. Sannarialáth parecía un relámpago cegador, cayendo sobre la criatura, que aullaba confundida, una y otra vez. La velocidad sobrenatural de Daradoth en combinación con el poder de su espada fue demasiado para que el demonio pudiera resistir. Rugió cuando uno de sus brazos fue destrozado, y gimió cuando Sannarialáth trazó a continuación un arco descendente y cercenó una de sus piernas. Antes de que cayera al suelo, el engendro ya había revertido a su forma humana, sin vida.

Daradoth se giró. Tres soldados y dos sanadores suplicaron por su vida.


La visión de Yuria estaba plagada de puntos brillantes debido al dolor de su rodilla, que llegaba a su cerebro como si fuera una daga envenenada. Buscó inconscientemente su pistola, pero había salido despedida en la caída. En la bruma del dolor, le pareció que alguien gritaba: «¡Yuria! ¡Yuria! ¡Es lady Yuria!», y otra voz: «¡Rápido, ayudadla!». ¿Era su imaginación, o las personas que había en el patio de armas se estaban congregando para evitar que el acólito de Ashira llegara hasta ella? Varios niños acudieron también. «No... no... cuidado...», pero su mente estaba a punto de apagarse, todo en ella era dolor. El acólito de Ashira blandió su espada y mató a un par de hombres sin pensarlo demasiado. «Maldición... tengo que...». Cerró los ojos.

Entonces, una música llegó de alguna parte. Una música celestial, liviana y etérea. «¿Un arpa? ¿Es esto lo que se siente al morir?», pensó Yuria. Pero el enemigo se detuvo, confundido y mirando alrededor. Alguien apareció en la escena. Anak Résmere, el bardo real, estaba usando sus poderes para retener al encapuchado. Y, como una centella, detrás de este apareció Taheem. Yuria fue capaz de esbozar un amago de sonrisa, y renovada, trató de levantarse, sin éxito. Taheem, como maestro de la esgrima, era extremadamente mortal; sus movimientos fueron como un baile, rapidísimo y letal. El enemigo cayó muerto sin que el vestalense aparentemente hiciera ningún esfuerzo. A continuación, se dirigió hacia Yuria, a la que levantó con ayuda de Anak.


En los pasillos de palacio, Symeon y Galad seguían aturdidos debido a las palabras de Norren.

—Te pido que pares lo que estás haciendo, Norren —dijo Symeon.

—No puedo, no quiero que sufráis ningún daño, amigo mío.

—Cesa en tus intenciones, yo no voy a parar, y si quieres matarme hazlo, por lo menos moriré con dignidad.

—¿Cómo voy a matarte, Symeon? —Norren parecía genuinamente sorprendido—. ¿Qué estás diciendo?

Symeon percibía el enlace invisible que lo conectaba con Norren. No sabía explicar qué era aquello, pero a Norren parecía afectarle profundamente.

—Estoy seguro de que no quieres esto, Norren —dijo el errante—. Estás a tiempo de volver conmigo; siempre lo has estado, siempre lo estarás.

—Te has convertido en un hombre extraordinario, Symeon, en una compañía sumamente extraordinaria —miró a Galad—; aunque quizá equivocada.

Norren hizo un leve gesto. Galad abrió mucho los ojos; Emmán había desaparecido de su percepción. «Bendito salvador, ¿cómo puede ostentar tal poder? ¿Qué será capaz entonces de hacer un kalorion?».

Symeon pudo percibir algún tipo de cambio en la Vicisitud, pero nada concreto. No obstante, por el gesto de Galad, que miraba hacia arriba deseperado, supuso lo que Norren había hecho.

—Ya veo que tú también eres capaz de alterar la realidad —afirmó—. Y supongo que lo puedes hacer desde hace mucho, pero eso no será óbice para que nos opongamos a todo lo que representáis. Y mi oferta sigue en pie: vuelve conmigo, a la paz que un día vivimos en la caravana.

—No sabes cuánto lo hecho de menos, pero me está prohibida tal cosa. —Pensó durante un instante—. Quizá... quizá tú puedas venir conmigo... déjame ayudarte.

Symeon comenzó a sentir cómo el tapiz de la realidad se retorcía a su alrededor. Contuvo el pánico, y siguió hablando.

—No juegues al juego de Ashira, Norren. ¡No lo hagas! 

El hombre de poblado bigote pareció distraerse, el tapiz volvió a restablecerse.

—No sabéis de lo que es capaz, Symeon —dijo—. Cuenta con el favor de Uriön, y ya es más poderosa que yo.

—Lo sé, lo noto... pero eso no me detendrá en...

Un sonido repentino y sordo interrumpió las palabras del errante. Norren y los hijos del abismo habían desaparecido. 

En pocos segundos, Galad, Symeon y los demás se recuperaron. El paladín volvía a percibir a Emmán, con gran alivio. Usó sus poderes para recuperar la salud de Faewald, e infundieron ánimos a los esthalios. En pocos momentos, continuaron su camino hacia los aposentos reales.

—No sé lo que ha ocurrido —dijo Symeon mientras atravesaban los pasillos—, pero diría que Norren nos ha perdonado la vida.

—De alguna forma cortó mi conexión con Emmán, no sabía que nuestros enemigos podían hacer tal cosa —dijo Galad, estremeciéndose.

—Tendremos que hablar de eso, pero ahora mismo Daradoth nos necesita.

—Sí, vamos, rápido —urgió Faewald.

En el camino al corazón del ala regia, el grupo se enzarzó en varios combates, pues los guardias reales llevaban las de perder ante los soldados de Datarian. Pero estos no eran enemigos para Galad, Symeon y compañía, que los hacían huir en pocos segundos. Pronto, una comitiva de varias decenas de guardias reales los acompañaba en el camino hacia los aposentos de los reyes y ponía en fuga a cualquier enemigo que les salía al paso.


Allí, Daradoth se acercaba lentamente al grupo de soldados y sanadores, con una media sonrisa en la boca. Se detuvo ante ellos, mientras lanzaban sus armas al suelo y le pedían clemencia. Los veía teñidos de rojo, como si una pátina de sangre nublara sus ojos.

Un gesto suave, un destello de plata, y la cabeza de uno de los soldados cayó al suelo, seguida por su cuerpo.

—¡No! —gritó el resto—. ¡Por piedad, lord Daradoth! ¡Clemencia!

Las súplicas desesperadas parecieron hacer mella en el elfo. El tinte rubí abandonó su visión, y vio el cadáver del soldado en el suelo. Apretó los dientes. El resto se encontraba de rodillas en sus súplicas, o intentando salir al exterior.

—Estaos quietos y no os pasará nada —dijo Daradoth; su voz calmada pareció surtir mayor efecto que si hubiera gritado. El grupo retrocedió hasta una esquina.

En el exterior se escuchaba mucho ruido. Pero decidió ignorarlo por el momento para volverse a los reyes. Interrogó a los sanadores, pero no parecían saber nada de la enfermedad de los monarcas.

En ese momento, la puerta de los aposentos salió despedida con una explosión. Una figura entró. Uno de los acólitos de Ashira, el que había hecho amago de lanzar un hechizo durante las conferencias en la Biblioteca. Llevaba un bastón que refulgía con un azul eléctrico en una mano, y una espada en la otra. Al otro lado de la puerta, multitud de cuerpos de guardias y soldados regaban el suelo. Solo cuatro soldados y una figura encapuchada quedaban en pie. A Daradoth le dio tiempo de ver por el rabillo del ojo cómo desde el fondo del pasillo aparecían Galad y Symeon seguidos de una pequeña multitud. Pero fue menos de un segundo, pues se lanzó sin pausa sobre el acólito de Ashira.

A pesar de que el bastón de brillo azulado defendió con fuertes descargas eléctricas a su portador, finalmente Daradoth lo derrotó con Sannarialáth y su danza de esgrima. En el exterior, el acólito de Ashira puso en serias dificultades a Galad y Symeon, pues en todos los dedos de una de sus manos portaba anillos de un gran poder. No obstante, finalmente pudieron imponerse a él, ayudados por su superioridad numérica.


En el exterior, Anak y Taheem llevaron a Yuria hasta los establos. Alguien más trajo a Darion, cuyo cuerpo ya estaba sin vida. Una lágrima se derramó por la mejilla de Yuria. El bardo se quedó para cuidarlos, mientras Taheem volvía al combate.

 

Con los enemigos ya abatidos y los guardias reales controlando la situación y llevándose a los prisioneros, Symeon, Galad y Daradoth se acercaron a los cuerpos durmientes de los reyes. Procedieron a buscar en sus cabellos algún cuerpo extraño como ya habían hecho hacía meses con el príncipe Nercier en la confederación. Efectivamente, Daradoth no tardó en encontrar una esquirla de plata adherida al cabello del rey; la retiró, y el monarca se relajó a ojos vista, respirando de forma más estable y relajando los músculos. La reina planteaba un reto más difícil debido a su larga melena, pero finalmente Galad encontró la esquirla. Al retirarla, la reina también se relajó. 

—Supongo que tardarán unas horas en despertar, o quizá días —dijo Symeon.

—Esperaremos entonces —contestó Galad—, debemos protegerlos y asegurarnos de que nadie más los amenaza.

De repente, una voz dijo a sus espaldas:

—Me temo que la próxima vez que nos veamos, las cosas serán diferentes.

Se giraron, en guardia. Era Norren. Estaba solo, y su rostro tenía expresión de sufrimiento.

—Siempre tendrás mi brazo tendido, Norren, esto no tiene por qué ser así.

—Es una pena despedirnos así, Symeon. Os deseo lo mejor.

Desapareció.

 —Un tipo extraño, ese Norren —dijo Faewald.

—Sí —se limitó a contestar Symeon.

 

El errante y Faewald se quedaron protegiendo a los reyes, mientras Galad, Daradoth y los esthalios salían rápidamente en busca del duque Datarian. Pero no encontraron ni rastro de él.


Más tarde, con la ciudadela bajo control gracias a la labor de Taheem, el grupo del Empíreo y los guardias reales al mando de sir Garlon, se reunieron con Yuria. Galad invocó el poder de Emmán para restaurar la rodilla de la ercestre, que sintió un gran alivio al sentir desaparecer el intenso dolor. Sin embargo, un pinchazo de tristeza les invadió al despedirse de Darion, ante las lágrimas desconsoladas de Avriênne y la profunda tristeza de Garâkh.

Poco después se reunían con la duquesa Serilen, los bardos y el capitán Garlon.

—Debemos preparar la defensa de la ciudadela —dijo la duquesa—. Datarian y los suyos...

Galad, Symeon, Yuria y Daradoth notaron  un fuerte escalofrío que a punto estuvo de dejarlos inconscientes. La duquesa no pudo acabar la frase, pues de repente la tierra empezó a temblar.


martes, 20 de febrero de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 14

Asalto a la Ciudadela

«Espero que nadie haya sido indiscreto y el plan siga en el máximo de los secretos», pensó Galad, mientras atravesaba la puerta principal de la ciudadela bajo el sol de mediodía, fijándose atentamente en las reacciones de los guardias y soldados, y rogando por que no descubrieran al Empíreo, que en esos momentos sobrevolaría la ciudadela a una distancia prudencial. Symeon, Faewald y él mismo atravesaron el portalón al descubierto, sin subterfugios, fingiendo dirigirse hacia sus habitaciones. Algo llamó la atención del paladín, un movimiento de guardias sobre la muralla que no pudo identificar; se puso en guardia apretando los puños y las mandíbulas, pero nada ocurrió. Aun así, puso sobre aviso a Faewald y Symeon. Atravesaron el patio de armas y accedieron al antepatio del palacio real, cuando un oficial de la guardia real, haciéndose el distraído, pronunció unas palabras en estigio, claramente dirigidas a ellos:

—Palabras de la duquesa. Postergamos una hora —no se detuvo, ni miró hacia ellos.

Sin detenerse, se dirigieron hacia los barracones para intentar encontrarse con los caballeros esthalios. 

—Será mejor que avise a Yuria y la gente de los carromatos —susurró Symeon, que se separó de los demás discretamente.

Galad y Faewald continuaron su camino. En ese momento, dos figuras encapuchadas salieron de la puerta principal del complejo palaciego. El paladín hizo una seña a su compañero, para que bajara la mirada, no sin antes notar que los dos hombres lucían una piel extremadamente pálida bajo sus ropas. Hijos del Abismo. Evitándolos, llegaron al campo de entrenamiento de los barracones. Allí no tardaron en ver a los esthalios adiestrando a nuevos reclutas.

Aprovechando un descanso, Galad se acercó a Candann.

—Estad preparado, Candann. Como os dije, la situación está a punto de estallar. Vamos a rescatar a los reyes y necesitaré vuestra pericia en una hora.

Candann lo miró, un tanto aturdido, pero el carisma del paladín era avasallador.

—Claro, hermano Galad. Por nuestro señor Emmán y Esthalia.

Al otro lado de la ciudadela, en el extremo del patio de armas, Symeon se deslizó dentro de uno de los carromatos, que ya se habían detenido y permanecían a la espera. Inmediatamente, susurró:

—Yuria, Daradoth, nos han avisado de que tenemos que postergar la acción una hora.

—¿Quién? —inquirió la ercestre.

—Un oficial de la guardia real. Ya sé lo que me vais a decir, pero no tenemos más remedio que fiarnos de él.

—Bien, de acuerdo, esperemos que tres carromatos inmóviles durante una hora no llamen la atención de los guardias.

Ciudadela de Doedia

 

Symeon se escabulló al exterior y se dirigió al comedor comunal para encontrarse de nuevo con Galad y Faewald. No tuvo que esperar mucho hasta que aparecieron, y a continuación se dirigieron hacia sus habitaciones.

En los carromatos, Daradoth se inquietaba:

—No me gusta nada esto, Yuria, voy a echar un vistazo en el exterior para ver cómo está la situación.

—Ten cuidado.

—Tranquila, no me verán —dijo el elfo, con media sonrisa un poco condescendiente.

Se desprendió de varios bultos y prendas de ropa, y haciendo uso de sus hechizos, él y sus pertenencias desaparecieron del espectro visible. Se dirigió hacia el noreste, con mucho cuidado para no dar al traste con su invisibilidad. Cuando tuvo en su campo de visión la puerta del palacio, vio cómo en las escalinatas se encontraba reunida media docena de los tipos extraños de tez pálida, los Hijos del Abismo, reunidos alrededor de Norren, que parecía darles instrucciones. La visión del elfo se tornó roja como la sangre más pura durante unos instantes; sintió unas ansias increíbles de empuñar a Sannarialáth y  matar a todos aquellos engendros. Pero enseguida, Norren volvió a palacio y el resto se distribuyó por varios puntos de la ciudadela, entre las miradas extrañadas de los lugareños. En ese momento, sonaron las once campanadas. 

Se oyeron gritos a lo lejos:

—¡Alerta! ¡Alerta! ¡Estad preparados! 

«Maldición», pensó Daradoth, «deben de saber algo». Volvió sobre sus pasos para volver a los carromatos.

Symeon, Galad y Faewald salieron de sus habitaciones, después de comprobar que todo estaba en orden. Mientras daban los primeros pasos por el pasillo, se detuvieron sorprendidos, pues una voz que parecía provenir de algún lugar lejano llegó a sus oídos.

—Sospechan algo, pero creemos que no conocen los detalles —era la voz de Stedenn, uno de los bardos reales—. Una hora, así los despistaremos.

Permanecieron inmóviles, pero la voz no les dijo nada más. Finalmente, Symeon acabó con el silencio:

—Por lo menos ahora sabemos que no es una trampa. Lo mejor será que pasemos desapercibidos durante esta hora.

—Sí, traigamos a los esthalios aquí y esperemos.


En los carromatos, Yuria aplicaba toda la presencia de ánimo y liderazgo que podía reunir para tranquilizar a sus compañeros. Una hora más pondría sus nervios a flor de piel, pero consiguió hacerles entender que debían esperar lo más tranquilos posible. Daradoth volvió a hacer acto de presencia.

—Seis Hijos del Abismo han salido del palacio al mando de Norren y han tomado posiciones al menos al este y al oeste de donde nos encontramos. Me ha costado mucho contenerme para... —se interrumpió, apretando el puño de su espada.

Yuria, conocedora de lo que le estaba sucediendo desde hacía algunos días, puso su mano en el antebrazo de su amigo, intentando tranquilizarlo.

—Te comprendo, pero debemos permanecer tranquilos si queremos tener alguna esperanza de rescatar a los reyes. Recuerda todo lo que depende de eso.

La tensión de los músculos de Daradoth pareció ceder un poco.


Galad salió del palacio por la salida del ala de invitados en busca de los caballeros esthalios. Vio a los dos Hijos del Abismo que se habían quedado en las escalinatas de acceso a la puerta principal, que lo miraron fijamente. Fingiendo no verlos, giró hacia los barracones.

Poco después, el paladín llegaba a los barracones. Varios de los soldados lo saludaron, honrados por su presencia allí. Se forzó a tener paciencia con ellos, evitando llamar la atención. Llevó más tiempo del que le habría gustado, pero un rato después volvía hacia palacio acompañado de Candann, Faewann y Waldick. Se dirigieron hacia el comedor para beber algo y no despertar sospechas. Más allá, al este de palacio, pudo ver a tres hombres caminando rápidamente que le llamaron la atención. Al menos dos de ellos pertenecían al séquito de Ashira. Galad frunció un poco los labios, preocupado por la situación, pero continuó hacia palacio, donde se encontraron con Symeon y Faewald. Sin tardanza, Galad expuso la situación y detalló el plan a los esthalios.  

—Tenemos la sospecha —intervino Symeon— de que los han hecho caer en un sueño profundo y sobrenatural, intentando manipularlos o quizá matarlos. Tenemos que actuar inmediatamente.

 Una vez que Candann y sus compañeros aceptaron plenamente colaborar en la extracción de los monarcas (o la expulsión de los arribistas), Galad añadió:

—Symeon, hemos visto a tres tipos sospechosos ahí fuera, y al menos a dos los recuerdo del séquito de Ashira. Esto se está poniendo... interesante.

—Por llamarlo de alguna manera. Esperemos que sea casualidad.

—No creo en las casualidades —intervino Faewald. 

—Lidiaremos con ellos entonces —Symeon acariciaba con su pulgar la madera de Aglannävyr. «Cómo hemos cambiado en un año escaso», pensó. «Sobre todo yo».

 La hora de las doce campanadas, el mediodía, se aproximaba. En los carromatos, la tensión se podía paladear en el ambiente. Daradoth se impacientaba.

—La verdad —dijo— es que no sé si voy a ser capaz de llegar a palacio si veo a esos tipos en medio del patio de armas. Creo que empezaré a ver rojo y perderé el control. No sé qué hacer.

—Puedo acompañarte, si sirve de algo —sugirió Yuria.

—No, no creo que sirva de nada.

—Quizá yo pueda ayudaros, lord Daradoth —la voz de Anak Résmere era límpida y clara, incluso cuando susurraba, como ahora—. Si me lo permitís.

—Por supuesto.

Anak entonó una queda melodía, apenas un tarareo, pero Daradoth pudo sentir como un flujo de poder alcanzaba su cuerpo. La sensación se transformó al instante en una calidez que lo reconfortó, sus nervios desaparecieron y se sintió extremadamente tranquilo.

—Quizá así seáis capaz de resistir esos impulsos de rabia.

Daradoth agradeció al bardo su ayuda, desapareció a la vista y salió del carromato, directo hacia el palacio y evitando el contacto visual con los fieles de la Sombra, por si acaso. En pocos minutos trepó hasta una de las vidrieras que le daría acceso a los aposentos de los reyes.

En el interior del palacio, Symeon se puso solemnemente la Tiara de Sirëlen en la frente, mientras Galad elevaba varias oraciones a Emmán para que los ayudara en su empresa.

Yuria, Anak y los demás, pudieron escuchar a su alrededor fuertes pasos de botas de soldados, y algunas personas gritando órdenes. Yuria susurró sus propias órdenes: acudir rápidamente a la puerta principal y ayudar a los guardias reales a cerrarla para evitar que más soldados reforzaran las filas del duque.

Sonaron las doce campanadas.

Symeon y Galad lideraron a los esthalios saliendo de sus habitaciones. Atravesaron un par de pasillos rápidamente y giraron la esquina que daba acceso al ala regia. Se detuvieron, sorprendidos al ver varios metros más allá a tres de los Hijos del Abismo y a Norren, que también interrumpieron su marcha.

—Seguro que venían a por nosotros —susurró Symeon.

—Pues ya nos tienen —Galad impresionaba, envuelto en su aura de poder. Se lanzó hacia delante sin dudar, mientras los hombres pálidos comenzaban a susurrar algo ininteligible haciendo un extraño gesto con la mano derecha sobre sus rostros.

Symeon intentó invocar el poder de la tiara, pero la falta de costumbre le pasó factura y el efecto que consiguió no afectó a sus enemigos. Aun así, no pudo evitar fijarse en Norren, que le miraba fijamente. «Me ha reconocido. Seguro». El errante rememoró los viejos tiempos, cuando Norren los acompañó en la caravana y lo introdujo en el mundo de los onirámbulos. Sintió una oleada de tristeza. No obstante, seguía sin comprender qué provocaba en el hombre del espeso bigote que sentía aquella comunión tan grande con él. Faewald pasó como un rayo a su lado, uniéndose a la carga de Galad.

 

Yuria encabezó la salida de los carromatos, empuñando su ballesta ligera y escoltada por Darion. Alguien gritó en la distancia, dando la voz de alarma. Los gritos se repitieron por doquier. Los transeúntes que se encontraban más cerca soltaron gritos de sorpresa al ver varios elfos salir de los carromatos. Se dirigieron rápidamente hacia la puerta principal, y a los pocos metros Yuria pudo ver, destacando en la plaza del patio de armas, a dos de las figuras pálidas y una tercera encapuchada. Se dejó llevar por el impulso, ordenando a Darion detenerse con ella y disparar a los enemigos, y a los demás que continuaran hacia la puerta. Un pivote y una flecha salieron disparados hacia los Hijos del Abismo. Uno cayó de rodillas con el virote clavado entre las costillas, y el otro no pudo hacer nada más que caer como peso muerto cuando la flecha de Darion le atravesó la garganta de parte a parte.


En el palacio, Galad pudo ver cómo los ojos de sus oponentes mutaban de golpe y se convertían en ascuas rojas de las que incluso emanaba un ligero humillo. Cada uno de ellos sangraba levemente por una pequeña herida entre las cejas que debían de haberse hecho con una uña puntiaguda o un pequeño punzón. «Demonios», pensó; «morid, malditos engendros». Blandió con ciertas dificultades el espadón en el pasillo, pero alcanzó a uno de los enemigos. Le quebró el costado y lo lanzó violentamente contra una de las paredes. Faewald llegó a su altura y atacó también, pero no tuvo gran efecto, y el demonio al que se enfrentaba contraatacó; los Hijos del Abismo se habían convertido en híbridos aberrantes, y sus dedos habían sido reemplazados por horribles garras ganchudas. Afortunadamente, el esthalio solo sufrió una herida leve en el brazo.

Más atrás, Candann y Symeon quedaron bloqueados, Galad y Faewald ocupaban todo el pasillo.

 

En el exterior, Darion lanzó rápidamente otra flecha  hacia el pálido al que había disparado Yuria, que se encontraba de rodillas poniendo su mano ante su rostro en un gesto extraño, mientras murmuraba. La ercestre sacó su espada, dispuesta a precipitarse hacia ellos, cuando se paralizó, sorprendida. Percibió un destello a su izquierda, entre Darion y ella, e inmediatamente, desde el destello se produjo una explosión que lo inundó todo con luz blanca y un sonido sordo y seco. Les habían lanzado un hechizo devastador. El talismán de su cuello le descargó un calambre bastante intenso, pero Yuria ya estaba acostumbrada a la sensación. La luz blanca y la materia elemental que la acompañaba pasó de largo sin hacerle ningún daño.

Pero Darion no había tenido tanta suerte. El elfo se encontraba en el suelo, luchando por respirar, con la traquea destrozada. Nada más verlo, Yuria supo que no podría hacer nada por el jovencísimo arquero. Tres o cuatro transeúntes inocentes también sufireron los efectos del impacto. Apretó los dientes, presa de la rabia y la frustración, y se lanzó hacia los enemigos, empuñando sus pistolas.

De repente, entre el caos y el gentío apareció una tercera figura, el acompañante de Ashira. Giró sobre sí mismo en un movimiento grácil que Yuria no alcanzó a aprehender, pues al instante sintió la fría mordedura del acero en su rodilla, un sonido que le recordó a multitud de ramas quebrándose, y un estallido de dolor que le hizo perder el equilibrio y casi la consciencia. Rodó por el suelo en una agonía carmesí.


Con sus sentidos enaltecidos, Daradoth fue capaz de oír los gemidos de Darion y Yuria, pero decidió no moverse de su posición. Salvar a los reyes era necesario, y confiaba en que nada grave sucedería.


Taheem, encabezando al resto de la compañía de Yuria, consiguió llevarlos hasta la puerta, donde entablaron combate contra los soldados que se oponían a la guardia.


Viendo las dificultades que estaba teniendo Faewald, Symeon invocó de nuevo el poder de la tiara, encauzando un aura de Luz Sagrada hacia los tres engendros de la Sombra que se encontraban en combate contra sus compañeros. Les causó quemaduras sagradas, aunque leves, que por lo menos les distrajeron. Pocos segundos después, uno de los demonios gritó señalando a Faewald, y este cayó al suelo, sufriendo espasmos por causa de un dolor intenso. Afortunadamente, Candann pasó sobre él para defenderlo de posibles ataques del resto de enemigos.

Encauzando de nuevo el poder de la tiara, esta vez Symeon tuvo más éxito. La Luz le respondió, derribando a un par de ellos, mientras el tercero intentaba desmembrar a Candann con sus garras, sin éxito.

—ALTO.

Una voz profunda, retumbante, penetró hasta el fondo del alma de todos los presentes. Norren. Los demonios se detuvieron inmediatamente. Los esthalios también. Y Symeon y Galad también tuvieron que pararse, presas del aturdimiento.

—Symeon, ¿eres tú? —la voz de Norren era suave, incluso dulce. Presa de la emoción.

—Sí, soy yo. Pero no te reconozco, Norren. No entiendo por qué estás con ellos.

—Marchaos ahora, Symeon. Por favor —imploró Norren.

—No. No podemos permitir lo que estáis haciendo aquí. Prefiero morir con dignidad a ser un cobarde; te has dejado caer en la Sombra, no eres la persona que me enseñó.

—A veces no hay escapatoria.

—Siempre la hay.


Daradoth inspiró hondo. Con el codo, rompió la vidriera, volviéndose visible en el proceso, y saltó al interior empuñando a Sannarialáth. En el interior, un par de guardias que habían estado prestando atención al escándalo del exterior se giraron sorprendidos. Cerca de la cama donde yacían los reyes, un par de sanadores retrocedieron asustados, mientras un hombre y una mujer que Daradoth reconoció del séquito de Ashira se levantaron para enfrentarse a él. En la esquina más alejada, uno de los Hijos del Abismo permanecía en las sombras. El elfo dirigió sobrenaturalmente su salto hacia el costado de la cama, identificando a los acólitos de Ashira como la amenaza más peligrosa. Aumentó su velocidad y en cuanto posó los pies en el suelo danzó en una vorágine de elegantes figuras de esgrima.

Sintió el poder de Sannarialath cuando impactó sobre el hombre. La Luz chisporroteaba desde su hoja, que atravesó el abdomen, destripándolo. Con un movimiento fluido y borracho del poder que subía por su brazo hasta su corazón, cortó el brazo derecho de la mujer, que cayó inerte. Miró a su alrededor. El hombre pálido se había llevado la mano al rostro y susurraba algo. Los soldados retrocedieron, aterrados ante la visión de aquel elfo elegante y exterminador.

Su visión cambió. Todo se tornó de color rojo, mientras el Hijo del Abismo se transformaba en un híbrido infernal, enorme y poderosísimo. Daradoth, presa de la rabia, se lanzó hacia él, deseando destruirlo con todo su ser. El aura del demonio le afectó con un impacto brutal, pero la ignoró; su mente estaba poseída de un solo pensamiento: matar a aquel engendro.


martes, 30 de enero de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 13

Ataque onírico. Preparación del Asalto.

Durante la conversación del grupo, en la que Galad y Daradoth relataron cómo había ido la reunión con el duque Datarian, salió a relucir el nombre de su nuevo consejero, Norren. Symeon sintió un pequeño escalofrío. Un nombre de su pasado.

—Ya había escuchado ese nombre antes —dijo, algo balbuceante—. Por la descripción, esa persona es la misma que se incorporó a mi caravana cuando yo era solo un muchacho, lo encontramos colgando de un arbusto en un precipicio, se había intentado suicidar. Me inició en las artes de los onirámbulos. Y, si recordáis, hace unos pocos meses fui atrapado en el mundo onírico por un grupo de encapuchados que intentaron hacerme víctima de alguna especie de ritual. Estoy convencido de que escapé de aquello porque él apareció y me ayudó.

» De muchacho llegué a tener un vínculo bastante fuerte con él, Norren el de las muchas lenguas, una persona sumamente atormentada, aunque noble, que de hecho se intentó suicidar un par de veces más. Decía —esbozó una leve sonrisa— que mi presencia lo tranquilizaba. Pero si decís que la Sombra lo hinche ahora de tal forma, temo que haya sucumbido totalmente a ella.

—Si es tu mentor en el mundo onírico, esto dificulta entonces mucho más la posibilidad de recuperar a los reyes —dijo Galad, con tono grave.

—Extremadamente, sí —confirmó Symeon—. Es una confrontación onírica que creo que no podemos ganar.

—Bueno, no seamos tan derrotistas —les recriminó Daradoth.

—Exacto —coincidió Yuria—. Hasta ahora hemos encontrado solución a todos los problemas, por imposibles que parecieran.

—¿Crees que te reconocería, Symeon? —intervino Faewald.

—Creo que sí, nuestro vínculo fue fuerte, y en el episodio reciente del mundo onírico seguramente me auxilió al reconocerme.

—Respecto a los reyes —volvió a intervenir Yuria—, ¿no creéis que pueden estar utilizando las mismas artes que ya descubrimos en Eskatha? ¿Recordáis las esquirlas de plata que llevaban Nercier Ramtor y algún otro noble en el cabello?

—Sí —afirmó Symeon—. Es muy posible. Pero tendríamos que llegar a ellos de alguna manera.

Finalmente, Yuria y Symeon, agotados por las largas horas de análisis de los pergaminos, se retiraron a descansar. Era escasamente pasada la hora de comer.

—El temor que tengo ahora —comentó Daradoth a Galad y Faewald, mientras volvían a la ciudad—, es que mucha más gente pueda caer víctima de ese extraño coma inducido. Según recuerdo, Datarian no es el primero en la línea de sucesión y, si fuera yo, quitaría de en medio rápidamente a todos los que me precedieran. Y no somos rival para ese Norren en el mundo onírico.

—Tendremos que acabar con él entonces mediante otros medios —afirmó, tajante, Galad.

—Necesitamos aprender a controlar la Vicisitud.

—No creo que eso suceda a corto plazo, y siempre que lo hemos hecho ha sido un desastre. Por no hablar de los mediadores. Quizá podamos aprovechar ese vínculo con Norren del que ha hablado Symeon.

—De cualquier modo, no creo que dispongamos de más de un par de jornadas antes de que levanten el veto sobre Ashira. Tendríamos que darnos mucha prisa. Y necesitamos acabar el análisis de los pergaminos.

—Ahora deberíamos descansar para sincronizar nuestro horario con Symeon y Yuria —sugirió Galad—. Pero antes quiero dar una vuelta por el palacio.

Y así lo hizo. Tenía hambre, así que fue a buscar algo al comedor de los barracones. Y allí, en una mesa,  vio un pequeño cónclave de tres hombres que le interesó. Distintivos azules en la parte alta de sus brazos derechos los identificaban claramente como caballeros esthalios de la orden argion. Galad sonrió, dando gracias por su fortuna. Se acercó a ellos y los saludó; ellos, por supuesto, lo reconocieron y, sonrientes, lo invitaron con deferencia a sentarse. 

—Es un honor, hermano Galad —dijo el que parecía el mayor de ellos—; mi nombre es Candann, y estos son Faewann y Waldick. Os hemos seguido a vos y a lord Daradoth en casi todas las conferencias en la biblioteca.

—Dejadme deciros que os admiramos por todas las ordalías que habéis superado —intervino Waldick, con un leve fulgor en los ojos; «¿demasiada cerveza, o algo más?»—. Sois una verdadera inspiración.

—Muchas gracias por vuestras amables palabras —respondió Galad con humildad—. A decir verdad, os vi hace semanas entrenando a las tropas sermias y quería haberme reunido con vosotros mucho antes, pero como comprenderéis, me ha sido imposible.

—Por supuesto, por supuesto. Desde que vos y vuestros amigos llegasteis a la ciudad, no han parado de sucederse eventos extraordinarios —sonrió Candann.

—Y esas conferencias —intervino Faewann, que presentaba una profunda cicatriz en su frente— han sido... impresionantes. —Pareció acordarse de algo, y torció el gesto—. Pero esto de los reyes...

—¿Sabéis algo de eso? —lo interrumpió Galad—. Hemos intentado verlos, pero no se nos ha permitido. Ni siquiera a mí.

—No gran cosa. Pero entre las noticias de la rebelión en Esthalia y esto de los reyes sermios, estamos planteándonos volver aunque no hemos recibido ninguna orden. Con esta situación, no sabemos en qué situación quedamos nosotros aquí, y más con todo este asunto del conflicto entre Luz y Sombra, Datarian y Ashira, la regencia... estamos indecisos.

—¿Cuántos caballeros argion hay en Sermia?

—Deben de quedar menos de cincuenta. En Doedia, solo nosotros tres —Candann se llevó una jarra a la boca—. ¿Tenéis vos algún dato que pueda sernos de ayuda?

—Bueno —empezó Galad, dubitativo—, la situación es muy delicada, y no conocemos con exactitud las aspiraciones del duque. Mi recomendación es que permanezcáis unos días más a la expectativa, porque es posible que nos haga falta vuestra ayuda. De momento no puedo deciros más.

Candann asintió con la cabeza, y miró a sus compañeros, que imitaron su gesto. A continuación bebieron unas cervezas y tras saciar Galad su apetito, el paladín se retiró a descansar.

Con la noche recién caída, el grupo se unió de nuevo en la biblioteca. Galad les contó sobre la conversación con los caballeros esthalios, y Faewald intervino:

—Solo son tres, parece poco, pero si contamos con su ayuda y la complicidad de la guardia real...

—Podemos forzar nuestra entrada a los aposentos reales, sí —confirmó Galad—. Si actuamos rápido. Cada minuto que pasa acerca a los reyes a la muerte.

Symeon y Yuria, con la ayuda de Aythara y los habituales, continuaron con el análisis de los pergaminos. 

Galad, Daradoth y Faewald se dirigieron a palacio para intentar encontrarse con alguno de los sanadores que atendían a los reyes. Mientras caminaban por los pasillos, se dieron cuenta de que los estaban observando. Parecía que allá donde fueran hubiera un par de ojos observándolos, de guardias, soldados, sirvientes, comerciantes o transeúntes. No les quedó más remedio que ignorarlo. Poco tiempo después, un par de sanadores que finalizaban su turno aparecían a la luz de los faroles por la puerta que daba acceso desde el ala regia al patio principal. Daradoth se dirigió a hablar con ellos con su escaso sermio. Preguntó por el estado de los reyes, pidiendo que les dejaran verlos, pero pronto vieron cómo por el rabillo del ojo se acercaba un grupo de soldados. Los sanadores respondieron que no era posible, visiblemente preocupados. Cuando Daradoth los dejó marchar, los soldados que habían hecho amago de acercarse se detuvieron.

Galad sintió un intenso mareo y una sensación de desmayo. Daradoth cayó inconsciente a su lado, por suerte Faewald (que parecía indemne) pudo cogerlo a tiempo.

—Daradoth, Dardoth, ¿qué pasa? —el esthalio dio unos ligeros golpes en la cara del elfo—. Galad, ¿estás bien?

—Más... o menos... uf, todo me da vueltas... —le costaba hablar; algo oprimía su mente, como si quisieran arrancársela—. Tenemos que salir de aquí.

Avanzaron a duras penas hacia la salida del complejo. Varias personas se acercaron a ayudarles, preguntándoles qué sucedía.

—Nos atacan —dijo a duras penas Galad—, la Sombra está atacándonos desde otra dimensión. Ayudadnos.

En el mundo onírico, Daradoth se vio a sí mismo como una figura plateada con una espada extendiéndose desde su brazo. Intentó moverse y no lo consiguió. Estaba inmovilizado y rodeado de varias figuras etéreas cuyos rasgos no se distinguían. Parecían estar protegidas por unas capuchas que no paraban de ondear. En lo alto, un enorme engendro compuesto de jirones de humo emitió un sonido ensordecedor, parecido a un graznido. Daradoth sentía un aturdimiento profundo, apenas era capaz de procesar lo que veía, pues tenía la sensación de que caía continuamente al vacío. Pero aun así, se movía, o sería más correcto decir que el entorno se movía a su alrededor. Un poco a su derecha, una figura en forma de cruz con un destello rojizo, se desplazaba al unísono con él. Dos encapuchados extendían sus manos, hacia ella. Pero no podían evitar su movimiento.

Con un esfuerzo titánico por parte de Galad, Faewald y él, ayudados de varios sirvientes y un senescal, atravesaron el patio de armas. Mientras lo atravesaban, Faewald llamó la atención del paladín, que apenas podía mirar a su alrededor. Pero le bastó con un vistazo para ver que varias figuras extremadamente pálidas iniciaban una aproximación hacia ellos. No obstante, varios segundos después parecieron pensarlo mejor y retrocedieron.

Por fin consiguieron salir de palacio e internarse rápidamente en las calles anexas. Daradoth despertó. Relató rápidamente lo que había visto en el mundo onírico.

—Entonces, debemos venir solo cuando el sol esté alto —sugirió Galad, mirando el cielo estrellado de la noche cerrada.

—Sí —dijo Daradoth, lacónico. Su visión volvía a destellar de vez en cuando, tornándose roja por momentos.

En la biblioteca, Symeon y Yuria habían seguido descartando pergaminos a un ritmo muy alto, pero sin encontrar nada de interés. Galad, Daradoth y Faewald llegaron al filo de la medianoche.

—Nos han atacado desde el mundo onírico —anunció secamente Galad— y casi consiguen llevarse a Daradoth. No podemos volver a palacio de noche.

Symeon se fijó en el rostro de Daradoth, tenso y con la vista algo perdida.

—¿Estás bien, Daradoth?

—No, no estoy bien, la verdad. Estoy cansado de lo que ocurre aquí y creo que debemos tomar medidas inmediatas y radicales. Voy a explotar, y como explote, van a rodar cabezas.

—Estoy de acuerdo —lo apoyó Galad—, pero conservemos la mente fría.

—De momento, mantengámonos despiertos esta noche y aprovechemos la mañana —dijo Symeon.

Acto seguido, pasaron a discutir diferentes formas de infiltración en los aposentos reales, sugiriendo que Daradoth utilizara sus poderes para colarse por las ventanas (rompiéndolas, no había más remedio) y buscara las supuestas esquirlas de plata que debían albergar los reyes en alguna parte de sus cuerpos. Pero con cada vía de acción surgían más problemas. Finalmente, Galad dijo:

—Si esta situación es igual que la que vivimos con Nercier y los príncipes comerciantes, no despertarán en el acto, tardarán un par de días. Se darán cuenta de que, como dice Symeon, su representación onírica habrá disminuido y simplemente alojarán otra esquirla.

—Efectivamente —acordó Daradoth.

—Según yo lo veo —continuó Galad—. Tenemos que atacar con todo. Que Daradoth se infiltre es imprescindible, pero tenemos que apoyarle para evitar problemas una vez dentro o cuando libremos a los reyes de su influencia.

—Está bien —zanjó Yuria—. Enviemos un menaje al senescal Aereth con una hora de convocatoria, como nos dijeron. Ejecutar todo rápida y discretamente será muy difícil, pero tenemos que intentarlo.

Y así lo hicieron, enviaron a Faewald con un mensaje para el senescal indicando la hora nona, cambiando los planes de permanecer despiertos por la noche. Volvieron a dormir en la celda de Symeon, con la incomodidad que aquello suponía pero a salvo de atacantes indeseados. Revivieron el sueño de la nieve abriéndose a sus pies, como siempre, y llegó la mañana.

Después de comer algo para aliviar el hambre, se reunieron con lady Serilen, el capitán Garlon y el bardo real Stedenn Dastar. La duquesa se interesó por su estado:

—Nos enteramos de lo que pasó anoche. ¿Estáis todos bien?

—Más o menos —contestó un malhumorado Daradoth.

Galad fue directo al grano:

—La situación es mucho más grave de lo que nos esperábamos. Debemos actuar ya, y necesitamos toda la ayuda posible. La vida de los reyes está en extremo peligro, y somos su única esperanza. No sabemos si el duque actúa pérfidamente o de forma sincera, pero debemos suponer lo peor. El reino corre peligro de caer bajo la Sombra.

—Desde luego, esos nuevos consejeros del duque son preocupantes —dijo Stedenn.

—Son agentes de la Sombra —añadió Daradoth—, y el tal Norren es prácticamente Sombra pura.

—¿Qué sugerís entonces que hagamos? —inquirió sir Garlon—. A pesar del ascendiente y el carisma del duque, pondría la mano en el fuego a que la guardia real todavía sigue siendo fiel a los reyes y a mí, así que contad con nosotros. Unos quinientos efectivos, trescientos en palacio.

—¿Cuántos soldados tiene Datarian en palacio? —espetó Daradoth.

—Más o menos los mismos, unos trescientos.

—Tendremos que reunir entonces a los efectivos de fuera de palacio, la mayoría de los que estén en la biblioteca y en los edificios de la ciudadela —dijo Yuria—. Necesitamos esa superioridad numérica y la necesitamos de forma rápida y muy discreta. Quizá deberían disfrazarse de civiles.

—Está bien, no os preocupéis —dijo Garlon—. Yo me encargo de eso.

—Una vez infiltrados los guardias del exterior, Daradoth incursionará en los aposentos reales mientras el resto lanzamos un ataque sorpresa para llegar allí lo antes posible. Y todo debe ser ejecutado de día.

Serilen y Garlon se miraron, preocupados.

—Será difícil...

—Pero no imposible —la interrumpió Daradoth.

—Está bien, hagámoslo, no nos queda más remedio —zanjó Stedenn—. Irmele y yo os ayudaremos con nuestras... habilidades, claro.

—Que serán muy apreciadas, os lo aseguro —dijo Yuria—. Muy bien, mañana entonces con las once campanadas, con el sol alto. ¿Os dará tiempo a prepararlo todo, capitán?

—Creo que sí. Sí.

—Habrá que tener especial cuidado con esos recién llegados tan pálidos, mis señores —dijo Galad—. Tienen tratos con los demonios y son poderosos. Igual que Norren. Y contactad también con los tres caballeros argion de Esthalia, nos ayudarán si les decís que los necesitamos.

Tras concretar algunos detalles del plan de forma sorprendentemente rápida, Yuria dio por terminada la reunión.

—Entonces, esperemos vernos mañana de nuevo en el palacio, mis señores. Con las once campanadas. Cada uno ya sabe lo que tiene que hacer.

Los sermios se marcharon, y confiando en ellos, el grupo continuó ese día con el análisis de los pergaminos. A media tarde, descubrieron algo. Una especie de registro de acontecimientos datado hace muchos siglos. Varios pasajes llamaban la atención.

Últimamente he empezado a notar una sensación extraña. Un frío intenso recorre mi cuerpo.

Estoy intentando recorrer las galerías interiores en busca de las estancias primigenias, la construcción anterior, pero no he tenido éxito. Seguiré intentándolo.

Algo pasa, algo pasa. El espacio se retuerce. Las galerías de la academia parecen cambiar conforme avanzo en su interior. No lo entiendo, debería haber descubierto ya el acceso.

Anoche, mientras ordenaba pergaminos en la sección octava, experimenté una extraña visión. Un frío intenso y una intensa nevada. La nieve se abría a mis pies y caía en un abismo insondable, infinito. No sé qué me está pasando, pero creo que la obsesión por la búsqueda me ha cambiado.

Creo que ya sé que está pasando. Se debe entrar en un momento determinado, y por lo que entiendo, tiene que ser en algún momento del invierno, seguramente el solsticio. Esperaré y entonces intentaré entrar otra vez.

Estamos casi en el momento. Las sombras se han vuelto más pronunciadas, y adoptan formas que desafían la lógica. Parece que me persigan. No tengo muy claro qué está pasando, pero algo está detectando mis intentos de entrar. No sé qué hacer, pero lo que puedo conseguir es mucho. Vale la pena.

—Esto hace referencia claramente a lo que busca Ashira —afirmó Symeon—. El solsticio de invierno.

—Si eso es verdad, por lo menos sabemos que Ashira no podrá encontrarlo en muchos meses —dijo Galad.

—A no ser que la locura la posea —contestó Symeon— y manipule la Vicisitud para crear un invierno ficticio, o para acelerar el tiempo, o cualquier otra media desesperada.

Se miraron, intuyendo la verdad en las palabras del errante.

—En cualquier caso, lo tendrá que deducir por sí misma, eso nos da tiempo —dijo Yuria, enrollando el pergamino y poniéndolo a buen recaudo.

Por la tarde siguieron analizando el resto de pergaminos, y acabaron con ellos. Ni rastro del ritual por el que habían acudido a Doedia.

—Maldición —dijo Symeon, apretándose los ojos con el índice y el pulgar—. Habría jurado... en fin, es tarde para lamentaciones. Tendremos que continuar la búsqueda en Doranna o en Irza.

—Hemos perdido ya tres semanas desde que llegamos aquí —escupió las palabras Daradoth—. Tres semanas que la Sombra ha ganado.

—No seas tan negativo —dijo Galad—. Si no hubiéramos venido, Ashira y Datarian habrían campado a sus anchas. El viaje ha sido muy productivo.

Daradoth calló, pensativo.

Al atardecer, Galad y Daradoth plantearon la conveniencia de dormir en el monasterio de Sairethas para volver a primera hora de la mañana con Taheem, Arakariann, los tres muchachos del Vigía, y un par de los soldados del Empíreo. Y quizá también el bardo Anak Résmere. Todos juntos formarían una fuerza nada desdeñable para el asalto del día siguiente. El grupo al completo partió hacia allá al galope. Allí se reunieron con sus compañeros y les explicaron la gravedad de la situación. Todos se ofrecieron voluntarios para acompañarles, incluido Anak.

Por la mañana, la comitiva de trece personas abandonaba temprano el monasterio y viajaba discretamente hasta la ciudad a pie, acompañados de un par de carromatos para infiltrarse sin ser vistos. Todo parecía tranquilo.

lunes, 15 de enero de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 12

Continúa la Búsqueda. Encuentro con Datarian.

Daradoth pensó durante unos instantes, consternado.

—¿Creéis entonces que si Galad empuña esa espada nos llevará a la perdición?

—La visión es clara en sí misma —dijo Ilwenn—, pero si lo que necesitáis es una confirmación oral explícita propia de un infante, sí, es lo que creo.

Daradoth decidió ignorar las ásperas palabras de Ilwenn, visiblemente incómoda cuando hablaba de sus percepciones, aunque era plenamente consciente de que las continuas dudas sobre sus conclusiones eran uno de sus peores defectos. Se despidió amablemente y, tras una breve conversación con Arëlieth en la que aguantó de nuevo las quejas por no estar ya en Doranna, se dirigió rápidamente a reunirse con Galad, que había aprovechado para hacer un aparte con su padre. A los pocos minutos, montaban a caballo y enfilaban el camino a Doedia.

—Ilwenn me ha revelado algunos detalles inquietantes en el monasterio hace un rato —dijo el elfo—. Como sabes, y si no lo sabes te lo digo ahora, ella ve visiones sobre el destino de la gente, o sobre las cosas que les van a suceder, no lo tengo muy claro. El caso es que me ha dicho que desde hace varios días sus visiones sobre ti han cambiado para mostrar unas "alas de hiriente luz roja" y "una espada enorme que clavas en la tierra, mientras esta sangra y se estremece".

—Desde luego, no es una visión tranquilizadora —contestó el paladín—. ¿Estás seguro de que se trata de Églaras, la que empuñé en Tarkal? En aquel momento no pude soportar el poder que me proporcionaba.

—Estoy seguro, por lo que me dijo. Y las alas del arcángel de Emmán...

—Norafel. Pero, ¿no tendrá algo que ver con el asunto de tomar partido por los gemelos herederos del Imperio Trivadálma? Si lo hacemos, muchos reinos se verán afectados, y la situación se tornará en violencia rápidamente. Se podría decir que la tierra se estremecerá.

—No lo creo. En mi opinión esto está más estrechamente relacionado con Églaras y Emmán. ¿Has notado algún cambio en tu señor?

—No, no he notado nada distinto. Pero al fin y al cabo, esto son solo interpretacionse.

—Absolutamente. Supongo que necesitamos más pareceres sobre el asunto.

—Sí, busquemos a los demás.

De vuelta en la biblioteca, compartieron toda la información con Yuria, Symeon y Faewald.

—Es posible que el cambio no sea en el propio Emmán, sino en su arcángel, Norafel —sugirió el errante.

—Quizá pueda estar cambiando debido a su cercanía a la Espada del Dolor —comentó Daradoth.

—No podemos descartarlo, pero desde luego si lady Ilwenn ha visto eso, habrá que tener cuidado llegado el momento, y prepararnos para ello.

—Yo confío en ti, Galad, a pesar de cualquier visión —intervino Yuria—, y a mi entender y por lo que vimos cuando Eraitan empuñaba a Dirnadel, es el portador de la espada el que ha de someter la voluntad del Arcángel, y siempre es posible que no lo consiga, pero si su fuerza de voluntad se impone, no debería ser un problema. Si es que es cierto que es el Arcángel el que ha cambiado y no Emmán, claro.

Yuria se sentía extraña. «Quién me habría dicho a mí hace tan solo un año que estaría discutiendo, y aceptando, preceptos religiosos».

Después de discutir sobre las visiones de Ilwenn, Galad les contó acerca del extraño grupo de jinetes con el que se habían cruzado de camino al monasterio, y Daradoth insistió sobre el hecho de que el que iba en cabeza era prácticamente Sombra en su totalidad, algo extremadamente raro.

La descripción del tatuaje del hombre pálido agitó los recuerdos de Symeon, concretamente los recuerdos de sus viajes por el reino de Adastra. No lo recordaba bien, pero alguien le habló, o leyó en algún escrito sobre un tatuaje de once puntas acabadas en flecha. «Once. El número de la Sombra».

—Según recuerdo, aunque no me acuerdo de la fuente, una estrella de once puntas acabadas en flecha es el tatuaje que se graban los miembros de una hermandad llamada los Hijos del Abismo, que al parecer, encuentran solaz en comunicarse con los demonios de las esferas inferiores. Sospecho que aquellos "monjes" pálidos que formaban parte del séquito del Ra'Akarah pertenecían a la secta.

Todos recordaron los círculos de once piras que habían visto durante su huida del imperio vestalense, donde habían ardido cientos de personas. 

—Es cierto —confirmó Yuria, a la que las palabras de Symeon habían hecho aflorar los recuerdos—, recuerdo haber oído hablar de ellos durante mis viajes a Irza. De hecho, en el brazo noreste, justo al norte del mar Tábanat, hay una región llamada Irgem que se dice que está embrujada debido a las malas artes de los hijos del abismo. Incluso teníamos prohibida la navegación cerca de allí.

—Y otro hecho interesante —retomó la palabra Symeon, recordando sus tiempos de latrocinio junto a Ashira y el desastre que causaron con la copia del libro de Aringill en Creä— es que los hijos del abismo ambicionan sobre todas las cosas el hacerse con un antiguo tratado, un grimorio, que llaman el Libro de Marenthelos. Se dice que lo que el libro de Marenthelos es a lo demoníaco (quizá sería más correcto decir "a la Sombra"), lo que el libro de Aringill es a los ángeles (supongo que más correctamente,  "a la Luz"). Lo que me lleva a plantearme cuestiones tan interesantes como turbadoras...

—Como, por ejemplo, si lo que está buscando Ashira puede ser ese libro —acabó la frase Yuria.

—Correcto. Ninaith no lo quiera. Pero si vienen a reunirse con Ashira, y con ellos viene una persona aún más saturada de Sombra que Ashira, creo que eso implica que tenemos que acelerar nuestras incursiones en la biblioteca, y cerrar esa "brecha" que buscan. —Meditó en silencio durante unos instantes, aparentemente confuso—. Aunque tampoco sé si eso será de alguna utilidad, si no "llega el momento", sea lo que sea que quiera decir eso.

Tras una frugal cena, se dirigieron de nuevo al interior de la biblioteca. Ya en las primeras salas, Symeon susurró:

—Quizá si llegamos lo suficientemente profundo, puedas intentar percibir los hilos de la Vicisitud ahí dentro y tengamos más pistas, Daradoth.

—Sí, lo intentaré.

Después de varias horas de deambular por la biblioteca, Symeon llegó a un convencimiento que compartió con los demás:

—¿A alguien más le parece que es como si hoy fuera todo más difícil? ¿Como si la biblioteca nos dificultara la orientación defendiéndose a sí misma?

—En vista de que hoy ni siquiera hemos llegado a las galerías de las tablillas, yo diría que sí —corroboró Galad.

Lo bueno fue que tampoco tuvieron ningún encuentro imprevisto; pero no tuvieron más remedio que desistir, agotados. Al salir, el sol ya estaba alto en el cielo; era media mañana. Se retiraron a descansar. Symeon avisó a Aythara de que retomarían el estudio por la tarde y antes de retirarse a su celda se despidió de sus compañeros, que aún tardaron un buen rato en llegar a palacio.

Allí la situación estaba muy agitada. Muchísima gente iba de aquí para allá, ajetreada en sus quehaceres, y pudieron ver bastantes caras de preocupación. No tardó en reunirse con ellos el senescal Aereth.

—Mis señores, ha surgido un imprevisto grave —dijo, compungido—. Esta mañana sus majestades los reyes no han despertado de su sueño, y presentan síntomas de enfermedad, con fiebre alta. —Daradoth hizo amago de contestar, pero el senescal lo interrumpió con un gesto, continuando—: Si sois tan amables de acompañarme, os lo explicaré con más detenimiento.

Los condujo a una de las salas de reuniones más discretas del complejo. Allí, los recibieron de pie y con gesto serio el bardo Anak Résmere, la duquesa Serilen Dhorenal y el capitán de la guardia real, sir Garlon. La duquesa tomó rápidamente la palabra:

—Esta reunión debe ser muy rápida. La hemos organizado porque confiamos plenamente en vosotros, dada la relación de Ilaith con sus majestades y los últimos acontecimientos en la biblioteca. Queremos poneros en antecedentes de lo que consideramos ha sido una acción hostil por parte de nuestros enemigos, llevada a cabo con medios sobrenaturales. Supongo que Aereth ya os ha puesto en antecedentes.

—Sí —dijo Yuria—. Sus majestades no han despertado y tienen fiebre y síntomas de enfermedad. Ya hemos visto algo igual en el pasado, en Esthalia. Podemos afirmar con casi total seguridad que han atacado sus sueños, como le pasó a lord Walran de Rheynald o al marqués de Arnualles.

Serilen la miró, confundida, pero se repuso casi al instante.

—De acuerdo, nos encargaremos de eso en cuanto podamos. El caso es que el duque Datarian, que estaba convocado hoy a palacio, llegó a primera hora y al encontrarse esta situación, ha aprovechado para tomar el mando del reino y asumir la regencia. Para ser del todo justos, he de decir que algunos de los miembros del consejo se lo ofrecieron, no fue una iniciativa que partiera de él, pero me temo que todo esto ha sido orquestado en la sombra.

—Nos reuniremos con Symeon inmediatamente.

—Debemos establecer un lugar seguro para reunirnos en el futuro —intervino Anak—. Os haremos llegar la localización en breve.

—De acuerdo —contestó Galad—. Supongo que no podemos ver a sus majestades en este momento, ¿verdad?

—No lo creo, no —zanjó el senescal.

Mientras salían, Serileth susurró:

—No sé durante cuánto tiempo podré seguir manteniendo mi fachada de neutralidad, estad alerta por si acaso.

Anak dejó que se marcharan y se giró hacia el grupo:

—Mi intención es salir de palacio bajo cualquier pretexto de misión para las Leyendas Vivientes, en no más de una hora.

—¿Vais a ir al monasterio? —inquirió Daradoth, en voz muy baja.

—Sí, es mi intención, de momento me quedaré allí. Espero que nos veamos pronto —se despidió de ellos con un apretón de manos.

—Por supuesto. 

Una vez solos, se dirigieron al exterior, pero Daradoth se detuvo en uno de los pasillos más solitarios.

—Voy a intentar llegar a los aposentos de los reyes —anunció, y empezó a desvestirse—. Usaré mis habilidades de ocultamiento, por favor llevaos mi ropa.

Poco después, equipado solo con su espada y un calzón, Daradoth se dirigía hacia el ala regia mientras sus amigos partían a la biblioteca. Al intentar traspasar una puerta custodiada aprovechando el paso de dos sanadores, no pudo evitar que su hechizo de invisibilidad cesara el efecto y los guardias se sorprendieran al verlo. Afortunadamente, todavía no habían recibido órdenes claras al respecto, y además sentían una gran admiración por Daradoth, así que unas breves palabras de este bastaron para que comprendieran la situación y le dejaran continuar. 

Subió las escaleras hasta el piso de acceso a los aposentos reales. Había guardias por doquier, y no solo de la guardia real; al menos la mitad mostraban otra librea que los identificaba como soldados. Evitándolos, siguió a los sanadores y llegó por fin al acceso a las habitaciones de los reyes. Prefirió no entrar, juzgando que desde aquel lugar sería suficiente para sentir los filamentos de la Vicisitud y detectar cualquier cosa extraña. Se apartó a un rincón, y desde allí se concentró.

Tras un gran esfuerzo, comenzó a percibir la urdimbre de la realidad. Los millones y millones de filamentos lo aturdieron, embotaron su entendimiento. Además, detectó una cantidad ingente de hilos de Sombra apareciendo desde un origen desconocido que intentaban entrelazarse con la urdimbre normal.  Dejó de concentrarse, víctima de un fuerte mareo, pero afortunadamente consiguió apoyarse contra la pared y recuperarse en unos segundos. «Maldición. Esos hilos de Sombra... algo está pasando», pensó. Se apresuró a volver sobre sus pasos, salió por la puerta donde los guardias lo habían visto con la ayuda de estos, y se encaminó hacia la biblioteca, todavía invisible, sintiéndose frustrado y furioso. Tuvo que detenerse un par de veces cuando todo a su alrededor se tornó rojizo y sintió deseos de destruir con su espada el menor atisbo de Sombra en la cercanía.

En la residencia de los Maestros del Saber, el resto del grupo intentaba descansar. Tras informar de sus intenciones a Nerémaras, Symeon entró al mundo onírico para ver si podía averiguar algo sobre la situación de los reyes.

Su celda, austera en el mundo real, mostraba un aspecto magnífico en el mundo de los sueños. Miró hacia un lado, donde podía percibir la representación de Galad en el mundo onírico, una figura fantasmal y cruciforme. La luz plateada que emitía normalmente había tornado en una luz más rojiza. «Tendremos que hablar sobre esto en algún momento», pensó. La representación de Yuria seguía firme y constante, al otro lado de la estancia. 

Con gran sigilo, Symeon salió de la celda, y con uno de sus "saltos" (no se le ocurría una forma mejor de llamar a los deslizamientos del paisaje que provocaba con su voluntad) llegó al exterior del complejo. Lo primero que le llamó la atención fue la Gran Biblioteca, que nunca había visto en el mundo onírico. Su representación era extrañísima y difícil de aprehender. En el núcleo se podía ver un edificio majestuoso, resplandeciente, palatino. Pero alrededor lo envolvía una bruma cambiante que ora se tornaba en humo, ora en torres fortificadas, ora en unos muros laberínticos. La cantidad de sonámbulos —personas que entraban involuntariamente en el mundo onírico— que podía ver en aquel entorno cambiante era desmesurada. La percepción del errante se vio realmente abrumada por lo que veía, tal era su magnitud, así que decidió girarse hacia la ciudad e ignorar por el momento ese caos. 

Un par de saltos más lo llevaron hasta aproximadamente la mitad del camino entre la biblioteca y la ciudad. A lo lejos a su izquierda pudo ver una figura borrosa, toda ella bruma plateada, que empuñaba una espada. «Parece que Daradoth está bien y viene hacia la biblioteca, menos mal». Un nuevo salto lo acercó ya a las afueras de la ciudad. Instantáneamente, todo su ser se puso en alerta. Sobre la representación de la ciudad se podía ver la representación del palacio, en la elevación más alta. Y sobre el palacio... «¿Qué demonios es eso?». Una gran figura negra, aparentemente compuesta de jirones de humo negro, se encontraba sobre el palacio, aleteando y suspendida en el aire. La mente de Symeon rebuscó en todos sus recuerdos a la velocidad del rayo, sacando a la luz libros, escritos y clases del pasado. «Maldita sea. Un sombrío». La figura debía de tener el tamaño aproximado de un dragón, y aunque no sabía mucho de ellos, le habían contado lo suficiente como para saber que era mejor evitar un encuentro con un sombrío.

Se acercó un poco más a palacio, intentando buscar la cobertura de las murallas y los edificios. Se asomó sobre un tejado, observando todo a su alrededor. Los soñadores involuntarios iba y venían, y a los pocos segundos, el vello de su nuca se erizó. El sombrío giró su enorme mole hacia él. «Debe haber notado que estoy aquí». Mientras este pensamiento cruzaba la mente de Symeon, un fulgor plateado pasó a toda velocidad por el límite de su línea de visión, a la derecha. Se giró, pero no consiguió ver nada. Preocupado, intentó usar sus habilidades para crear varias presencia-señuelo de él mismo. No obstante, solo pudo crear una.

Un borrón de sombras vertiginoso se acercó instantáneamente, deformándose por la velocidad, pero recuperando su forma cuando llegó sobre él. El sombrío alzaba su mole de sombras justo sobre Symeon, provocándole escalofríos. Al mismo tiempo, una figura argéntea apareció sobre los tejados y se lanzó rugiendo sobre el señuelo que había creado segundos antes. Una especie de mastín enorme deshizo la ilusión con sus fauces. «Maldición, un dogo onírico, esto es demasiado», pensó, mientras el pánico empezaba a poseerlo. Pero su pura fuerza de voluntad lo sacó de allí, despertando al mundo de vigilia instantáneamente y sobreexcitado por la adrenalina.

Cuando normalizó la respiración, despertó a sus adormilados compañeros y les contó lo que había pasado. En ese momento se unió a ellos Daradoth, a tiempo para escuchar lo que Symeon había visto.

—Yo solo no puedo enfrentarme a eso —dijo lúgubremente Symeon—. Va a ser muy difícil poder llegar hasta los reyes.

—Físicamente es imposible sacarlos de allí, al menos discretamente —añadió Daradoth—. Aunque al menos la guardia real parece estar todavía de nuestra parte, ya hay apostados soldados, supongo que fieles a Datarian, custodiando los aposentos reales.

—Pero cuanto más tiempo pase va a ser peor —advirtió Yuria.

—Sí, sin duda —coincidió Galad—. Debemos actuar pronto. Deberíamos hablar cuanto antes con el duque, antes de que Ashira pueda pasar más tiempo con él.

—Ahora mismo contamos con el favor de las masas —continuó Yuria—, no creo que se atreviera a tomar ninguna medida, por esa parte creo que estamos protegidos, así que, sí, yo también creo que deberíamos ver al duque cuanto antes.

—Pero debemos descansar, yo apenas puedo mantener los ojos abiertos —dijo Symeon—. Y vosotros no tenéis mucho mejor aspecto. —Alguien llamó a la puerta de la celda y la abrió; era Aythara que volvía para pedir instrucciones de Symeon en cuanto a los pergaminos—. ¡Ah, Aythara, precisamente quería verte! Ahora todos vamos a descansar un rato. Por favor, necesitamos que estés alerta y, si notas que durante el sueño algo fuera de lo común nos sucede, despiértanos en el acto.

Con Aythara alerta, se acomodaron como pudieron en la pequeña celda de Symeon para intentar dormir un rato. Como ya había venido siendo la tónica habitual para el errante, todos ellos soñaron con el frío, el sol bajo en el horizonte, la nieve que caía y que se abría a sus pies y el desplome hacia un abismo insondable de espacio y tiempo. Todos cayeron, excepto uno. Symeon se sorprendió al verse envuelto por unas alas sombrías que evitaban que cayera, al menos físicamente. Su mente, por el contrario, descendió bruscamente por una espiral de culpa y tristeza al recordar claramente «¿cómo es posible?» cómo su padre moría, sus tíos morían, su pueblo moría con una agonía indescriptible y todo por su culpa. Gritó, sacando sus propias entrañas, pero con la voz ahogada por un zarcillo de bruma negra que se coló a través de su garganta hasta hurgar en lo más profundo de su ser.

—¡Hermano Galad! ¡Hermano Galad! ¡Lord Daradoth! —la voz de Aythara era presa de una angustia atroz. Daradoth y Galad se despertaron, zarandeados, y Yuria también por el escándalo—. ¡Algo le pasa a lord Symeon! ¡No puedo despertarlo! ¡Por favor!

Symeon gemía, las venas de su cuello y de su frente hinchadas, lágrimas en sus ojos y expresión de quebranto infinito. No respiraba, tenso. Yuria lo zarandeó, y Galad invocó a Emmán, para insuflar coraje en su amigo. 

El errante, enterrado en sombras y sintiendo que los zarcillos de bruma hurgaban en cada recoveco del interior de su cuerpo, sintió que la consciencia lo abandonaba, y que las tinieblas de la muerte lo reclamaban por fin. Pero, de repente, un tirón enérgico, virtuoso, inconmensurable, hizo que vomitara de repente los zarcillos y lo impulsó bruscamente hacia la luz.

Symeon  despertó con un estertor, intentando llevar aire desesperadamente a sus pulmones, y consiguiéndolo tras unos segundos de agonía. Se abrazó a Yuria, que se encontraba sobre él, tras haberlo abofeteado para hacerlo reaccionar, con los ojos llorosos.

—Por todos los infiernos, ¿qué ha pasado? —preguntó.

—Creo... creo... que el sombrío ha encontrado mi sueño —respondió Symeon, entrecortadamente. Sentía una mezcla de dolor, ansiedad y remordimiento. Sollozó.

Tras unos minutos en los que respetaron el dolor de su amigo, el resto planteó la conveniencia de seguir durmiendo en aquel lugar. Symeon dio su opinión:

—Creo que sí, deberíamos dormir, al menos yo estoy agotado, es imposible que siga despierto. Encontrar los sueños es extremadamente difícil y no creo que vuelva a ocurrir. Y no sé... —se le notaba realmente cansado—, si vuelve a suceder, pues... ya veremos... —no pudo decir más, cerró los párpados.

Por fortuna, el nuevo ciclo de sueño transcurrió sin incidentes, con Aythara y Daradoth alerta ante cualquier signo de peligro. El resto despertó ya bien entrada la tarde, con la noche ya presente, doloridos por las incómodas posiciones que habían tenido que adoptar, pero descansados.

Se encontraron con Svadar, también preocupado por la situación de los reyes. Le preguntaron por la situación en palacio, pero el gran bibliotecario no les pudo dar demasiada información:

—Supongo que el duque está todavía abrumado por la situación y el trabajo de hacerse cargo del reino; es un hábil militar, pero la gestión de un reino requiere mucho más que eso. Eso sí, ha puesto bajo fuerte custodia y cuidados médicos a sus majestades. Y temo que en breve pueda llevar a cabo alguna injerencia en los asuntos de la biblioteca.

—¿De Ashira se sabe algo? —preguntó Daradoth.

—De momento no.

—¿Han levantado la orden de exilio? —inquirió Galad.

—Que yo sepa, aún no.

—¿Creéis que correríamos algún peligro si pidiéramos audiencia al duque?

—No creo que el duque se atreviera a tomar ninguna acción contra vosotros, dado vuestro ascendiente entre el pueblo, los nobles, la guardia, e incluso el ejército. No creo que corráis peligro, la verdad. Lo que sí os aconsejo es que aceleréis el estudio de esos pergaminos que estáis estudiando, en previsión de que pueda haber algo que os impida su acceso en el futuro.

—Muy bien, así lo haremos, muchas gracias Svadar.

Symeon y Yuria se dirigieron a continuar con su estudio, mientras Galad y Daradoth se dirigían a palacio para pedir audiencia con el duque Datarian. Ya hacía tiempo que había entrado la noche, así que no sabían si lo conseguirían, pero salieron hacia Doedia para intentarlo. No tardaron en encontrarse con el senescal Aereth, que parecía bastante atareado. Cuando le dijeron que querían pedir audiencia con el duque, el senescal les comunicó que Datarian también estaba interesado en verlos, así que sin duda podían contar con encontrarse ante el duque el día siguiente a mediodía.

—¿Cómo está la situación? ¿Y sus majestades? —preguntó Galad.

—Los síntomas de sus majestades han empeorado un poco, pero en general, la situación es la misma. El duque está abrumado por la cantidad de información que está recibiendo de parte de los senescales, los bardos y lady Sirelen —les hizo un gesto cómplice—. Por el momento, está actuando de forma seria y responsable, al parecer genuinamente interesado en todos los asuntos del reino. Con ayuda de sus propios consejeros, claro.

—¿Alguno extraño entre ellos? ¿Algún extranjero o extraño?

—Bueno, no los conozco bien en realidad, pero uno me ha llamado la atención, porque no lo había visto nunca, un hombre de pelo cano en las sienes, calvo, con poblado bigote y con unos ojos de un azul hielo tan claro que le dan un aspecto inquietante. Eso sí, habla sermio sin ningún acento en absoluto; por sus rasgos diría que es extranjero, pero no estoy totalmente seguro.

Norren, consejero del duque Datarian

Daradoth y Galad se miraron. El hombre que encabezaba el grupo de jinetes con el que se cruzaron, el henchido de sombra.

—Muy bien, gracias por la información; entonces estaremos aquí  mañana a mediodía, puntualmente —dijo Daradoth.

—Una cosa más. —Se aclaró la voz, y se acercó a ellos. Susurró—: Lady Serilen está preocupada. Cree que deberíais tomar medidas en un plazo breve, no superior a tres o cuatro días.

—¿Medidas para escapar? —repuso Daradoth.

—¿Para escapar? No, por supuesto que no. —Aereth miró alrededor, temiendo que los observaran—. Si os parece bien, la duquesa propone como lugar seguro las oficinas de Svadar, en la biblioteca. Os mandará aviso solo con la hora. Lo que tenemos claro es que el apoyo de lord Daradoth será decisivo para cualquier movimiento político.

En la biblioteca, Symeon y Yuria se aprestaron para una nueva sesión de análisis con Aythara y los demás que les llevaría toda la noche. Varios pergaminos fueron descartados en las horas de estudio, hasta que, entrada la mañana y con el sol alto, se retiraron a descansar a palacio.

Mientras sus amigos descansaban, Galad y Daradoth se asearon, vistieron, y salieron para encontrarse con el duque Datarian cuando uno de los senescales acudió en su busca. Mientras se encaminaban hacia el ala regia de palacio, Galad compartió con su amigo algo que había pensado en los últimos minutos:

—Acabo de caer en la cuenta de que ni siquiera sabemos si el duque Datarian es realmente un usurpador. Todo el mundo parece haber asumido su regencia, pero si los reyes realmente murieran...

—Tienes razón. Es hermano de la reina, no del rey, y en nuestra visita anterior a Doedia nos presentaron a la sobrina del rey, en la línea de sucesión. Creo recordar que tenía un nombre con entonación élfica, ¿Eferë?

—Si es así —continúo Galad, interrumpiendo la disertación lingüística de Daradoth—, creo que tenemos algo de tiempo. Intentará utilizar su regencia para allanar su camino al trono. Si es que quiere ser rey, claro.

—No lo dudes, Datarian está aconsejado por seres de la Sombra —dijo Daradoth, cuya visión se tiñó de rojo durante un instante al acabar la frase.

Ante el trono del lobo, un poco más abajo, el duque Valemar Datarian había situado respetuosamente una sede para recordar a todos que ejercía la regencia en nombre del rey. «¿Lo sentirá sinceramente o solo querrá aparentar hulmidad?», pensó Galad, confuso.

El duque se giró hacia ellos, un noble sermio de pura cepa, y a la vez soldado —capitán general de los ejércitos de Sermia—. Serio, duro, aguerrido, severo. Alrededor de la sede se encontraban los consejeros, tanto los reales como los del duque. Allí se encontraba Irmele Seren, la barda real, la duquesa Serilen, dos senescales, y otros desconocidos; entre ellos, el hombre calvo del poblado bigote y los ojos pálidos, rebosante de Sombra, como el escalofrío que sintió Daradoth atestiguaba. Y su visión, que se tornó roja. Crispó la mano sobre el puño de la espada; centró su atención en el duque, volviendo a la normalidad a duras penas, pues el noble también tenía una gran proporción de ella.

—Ah, lord Daradoth, hermano Galad —dijo, todo lo afablemente que permitía su expresión circunspecta; cojeaba un poco al andar—, es un honor recibiros, estaba deseando poder hablar con vosotros. Adelante, adelante.

—Gracias por recibirnos, apreciamos que hayáis encontrado el tiempo para hacerlo —empezó, diplomático como siempre, Galad.

—Sí, la verdad es que estoy bastante abrumado, ¿pero cómo no iba a tener tiempo para departir con los grandes héroes de la Luz? Y más en las circunstancias actuales, una desgracia lo de sus majestades...

—Queríamos verlos, si es posible —lo interrumpió, sin ambages, Daradoth. El duque guardó silencio unos instantes, como valorándolo con la mirada.

—Me temo que ahora mismo es imposible, los sanadores desaconsejan toda visita que no sea imprescindible, pues necesitan reposar sobre todo lo demás.

Galad vio la oportunidad de intervenir:

—Recordad que soy un paladín con el favor de Emmán, y mis plegarias pueden ayudar a mejorar el estado de sus majestades. Me gustaría intentarlo al menos.

—Por supuesto, no os lo puedo negar. Lo propondremos al consejo de sanadores y os haré llamar tan pronto como decidan que podéis visitarlos —hizo un gesto a uno de los dos escribas, que se apresuró a apuntar esto último.

Galad y Daradoth se miraron discretamente.

—¿Y qué va a pasar a partir de ahora? —espetó el elfo. Datarian iba a fulminarlo con la mirada, lo notó, pero en el último momento bajó la vista.

—Pues espero que sus majestades mejoren y no tenga que pasar nada, que todo vuelva a la normalidad.

Parecía sincero. «Qué bien mentís, maldito», pensó Daradoth, que escupió las siguientes palabras mientras notaba que su visión se teñía de rojo en los extremos.

—¿Sabéis algo de Ashira? Los reyes os habían convocado ayer para preguntaros sobre ella .

—No, la verdad es que no la he visto en varios días —se notaba que el duque estaba teniendo que tragarse su orgullo; no estaba acostumbrado a que le hablaran así.

—Disculpad tantas preguntas, mi señor —trató de apaciguarlo Galad—, pero, ¿no han podido diagnosticar la enfermedad que aqueja a los reyes?

—La verdad es que no. Se han descartado varias, pero no se ha llegado a un diagnóstico definitivo. El hecho es que no pudieron despertar de su sueño, algo muy extraño. Pero quiero que sepáis que mi intención es mantener la situación lo más estable posible en espera de la recuperación de sus majestades. Nos centraremos en la reconstrucción de la ciudad. Y, por otro lado, retiraré los edictos que me parecen injustos.

—¿Como la expulsión de Ashira?

—Sí. Después de ver lo que pasó en la biblioteca sé que sois enemigos, pero ese edicto me pareció injusto.

—Está bien, gracias por vuestra atención, señoría —se despidió Galad, viendo el giro peligroso que había tomado la conversación—. Os ruego encarecidamente que me hagáis llamar cuando los sanadores den su visto bueno.

—Por supuesto.

El senescal Aereth los acompañó hasta sus aposentos. Daradoth no podía quitarse la imagen del duque y la de su consejero de poblado bigote de la cabeza, pero contuvo el tinte rojo.

—¿Sabéis cuál es el nombre del consejero del duque, Aereth? —preguntó.

—Sí, su nombre es Norren, no sé su apellido.

—¿Y participa mucho en las decisiones?

—Solo cuando el duque le pide consejo, es muy discreto.

Justo antes de que Yuria y Symeon se retiraran a descansar, se reunieron con ellos. Les contaron cómo había ido la conversación con el duque, y Daradoth aprovechó para compartir lo que le estaba sucediendo en la vista.

—La frustración o la rabia provocan esa reacción —dijo—. Hasta ahora no le había dado importancia, pero me preocupa que pueda ir a más, por eso lo estoy compartiendo con vosotros.

—¿Es posible que esté relacionado con la visión que tuviste cuando estuvimos con los hidkas, aquella en la que te viste en el trono con sangre alrededor? 

—No, no creo que sea eso. Creo que más bien tiene que ver con la presencia de la Sombra en mi cercanía.

—Pues no sé qué decirte, habrá que tener cuidado. Aprovecho para deciros, ya que me lo has recordado, que la representación de Galad en el mundo onírico tenía un resplandor rojizo en lugar del plateado que era habitual hasta ahora. No sé si habrá alguna relación.